Las falsas informaciones y los discursos de odio transmitidos utilizando las redes sociales constituyen una formidable amenaza para la democracia y la convivencia en todos los continentes, pero hay esperanza. Un puñado de países consiguió resultados concretos mediante la educación.
Finlandia, Noruega, Dinamarca, Estonia, Irlanda y Suecia son los países europeos menos propensos a caer en las redes de la falsedad divulgada por internet, dice el índice de alfabetización digital desarrollado por el prestigioso Open Society Institute con 41 países del Viejo Continente.
Los líderes se diferencian entre sí por poco y conforman un grupo estable a lo largo de los años. En el extremo de los más crédulos o propensos a caer en la desinformación están Georgia, Macedonia, Kosovo, Bosnia-Herzegovina y Albania.
De entrada, las dos categorías se distinguen por grados de desarrollo abismalmente distintos. Esas diferencias se extienden a los sistemas educativos. Ahí está la clave, así como en la libertad de prensa y los altos índices de confianza entre las personas en los países mejor preparados para enfrentar la desinformación.
“Es preocupante que las sociedades más vulnerables al impacto de las noticias falsas son, al mismo tiempo, las menos inquietas por la difusión y el impacto de la desinformación”, comentó Marin Lessenski, autor del informe, pero la coincidencia no extraña. La falta de desvelo por la desinformación es producto de una falencia del sistema educativo y el atraso de la ciudadanía digital.
Finlandia posee uno de los sistemas educativos más admirados en el mundo y, desde el 2013, introdujo la alfabetización digital en todos los niveles de la enseñanza, comenzando por preescolar. El programa enseña a los jóvenes a discriminar entre informaciones falsas y verdaderas y los alerta sobre los ardides utilizados para minar el sano escepticismo, como el énfasis en temas afines a los intereses de la víctima y el lenguaje manipulador, dirigido a la esfera emotiva.
La formación no es técnica. Eso queda para otro momento. Es educación sobre los contenidos y el propósito es preparar al estudiante para el ejercicio pleno de la ciudadanía en un mundo digitalizado. No basta con confiar en la excelencia de la formación académica como proveedora de las destrezas necesarias. La buena educación protege contra las falsas noticias. Sin embargo, es preciso preparar a los jóvenes para enfrentar el reto específico.
La alfabetización digital es una inversión en la protección de la democracia y la paz. Para entenderlo, basta con repasar las experiencias de países tan desarrollados como los Estados Unidos, cuna del modelo republicano y, hace poco, víctima de un intento de golpe estrechamente vinculado con las falsedades difundidas en las redes sociales.
La desinformación va de la mano de la deslegitimación de instituciones y la siembra de sospechas y desconfianza en el periodismo profesional. El resultado es la eliminación de todo medio independiente de validación de los hechos. Así se despeja el camino a fantasías útiles para diversos fines, entre ellos los políticos.
Costa Rica está inmersa en la tragedia de la desinformación. Meta, casa matriz de Facebook e Instagram, denunció, una semana después de la segunda ronda electoral, una red de cientos de perfiles, páginas y grupos dedicados a difundir contenido sobre los candidatos presidenciales en enero, infringiendo la política contra el comportamiento inauténtico coordinado (CIB, por sus siglas en inglés). Es decir, mintiendo. Solo esa intervención en nuestros procesos electorales, sin mencionar lo que se ha sabido después sobre ataques espurios a periodistas, medios y diputados, debería ser acicate para la rápida adopción de un programa de alfabetización digital en escuelas y colegios. Hoy por hoy, es la materia más relevante de la educación cívica.