Cuando las autoridades hablan de la lucha contra el narcotráfico, la instalación de dos escáneres adicionales en la terminal de APM, en Moín, siempre figura como el principal avance. Ni un solo gramo de cocaína ha salido por ese puerto desde la entrada en funcionamiento de los escáneres, repiten con insistencia.
La compra de los aparatos se quiso hacer mediante una contratación incompatible con la ley. Por eso la Contraloría General de la República la objetó, y ahora el previsible obstáculo se presenta como una barrera vencida casi con heroísmo. Las dimensiones épicas del avance se reflejan en la nomenclatura. Se trata, nada más y nada menos, de la Operación Soberanía.
La constante lucha contra las fuerzas del mal, siempre centrada en las instalaciones de APM Terminals, incluye sabotajes para sacar los escáneres de operación porque, según las autoridades, la inspección se hace a la totalidad de la carga, sin excepción. Por eso del puerto no sale un gramo, como lo corrobora la ausencia de denuncias provenientes de los países de destino, según la versión oficial de las últimas semanas.
Ahora, resulta que la policía del puerto holandés de Róterdam decomisó, no un gramo sino media tonelada de cocaína en un embarque de piñas procedentes de la terminal limonense. La incautación fue confirmada por el Ministerio Público de los Países Bajos desde el 22 de agosto, hace mes y medio, pero en todo ese lapso no cesó el discurso oficial sobre la inexistencia de un solo gramo salido del puerto del Atlántico.
Cabría pensar que el presidente, Rodrigo Chaves, y el ministro de Seguridad, Mario Zamora, insistieron en ese punto porque no supieron del decomiso. Zamora dijo haberse enterado por La Nación este lunes, a mes y medio del anuncio de las autoridades holandesas. La lógica hace dudar del silencio de los europeos sobre una captura de ese tamaño y Eduardo Trejos, director de Inteligencia y Seguridad en la pasada administración, recuerda, como es de esperar, un fluido y rápido intercambio de la información necesaria para abrir líneas de investigación en territorio nacional.
El conocimiento oportuno habría impedido al gobierno, desde hace mes y medio, insistir en la idea del puerto a prueba de narcotráfico, peligrosa por transmitir una falsa impresión de seguridad. No obstante, las autoridades parecen mantener el ánimo de insistir, al menos por la excepcionalidad conferida al caso por el ministro. Según Zamora, el embarque ocurrió porque justo en el momento de escanear el contenedor, la máquina se estropeó. La casualidad es enorme, pero cabe preguntar si los otros aparatos sufrieron desperfectos al mismo tiempo y si no hay métodos de revisión alternativos.
El ministro aprovechó el relato del desperfecto para insistir en los sabotajes contra los escáneres, y en este caso dejó entrever la posibilidad de un ataque centrado en los elementos digitales de las máquinas. Dice haber pedido una investigación, pero el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) nada sabe al respecto. Según el ministro, el contenedor fue escaneado el 31 de julio, pero cuando se le preguntó a Seguridad Pública por denuncias de sabotaje, dijo haber remitido una a la Fiscalía de Limón el 19 de julio, a las 11:43 a. m. En consecuencia, el desperfecto que habría permitido el paso del contenedor no fue sabotaje, y si lo fue, los encargados omitieron denunciarlo.
Cabe, además de lamentar la terrible coincidencia de un caso fortuito con el paso del contenedor contaminado, preguntar en qué consistió la avería, cuánto tardó en ser reparada, cuáles fueron sus efectos sobre las imágenes escaneadas y cuál es el sentido de las alusiones del ministro al sabotaje cuando respondía preguntas de la prensa a un caso en que claramente no lo hubo.
En suma, media tonelada de cocaína salió de Limón rumbo a Róterdam, donde fue decomisada, porque justo en el momento de la revisión se estropeó el escáner y no hubo otra forma de inspeccionar el contenedor. El ministro de Seguridad se enteró mes y medio después por este diario porque las autoridades holandesas, contrario a la práctica lógica y habitual, nunca informaron. Además, el OIJ no tiene noticia de los sabotajes contra los escáneres aunque de ellos se habla públicamente. Es una sucesión de hechos verdaderamente extraordinaria.
Los escáneres son un instrumento tecnológico de vital importancia. Celebramos la instalación de dos más en Moín, como veníamos exigiéndolo en esta página desde hace años, y hacemos votos por el rápido despliegue de la tecnología en todos los puntos de ingreso controlado al país. Pero los aparatos no son infalibles y en ningún puerto del mundo se revisa la totalidad de la carga. En caso contrario, los puntos de ingreso a EE. UU. y Europa, con sus grandes recursos y capacidades tecnológicas, serían infranqueables.
Los escáneres son más o menos eficaces según la técnica aplicada por los traficantes. Un gran bulto de droga es más fácil de detectar que cien paquetes distribuidos entre cientos de cajas de carga legítima. En Róterdam, la policía decomisó 1.950 paquetes de cocaína con un peso promedio de 253 gramos, a diferencia de lo usual en este tipo de cargas, que son los paquetes de un kilo.
Los escáneres necesitan el complemento de ojos humanos, bien entrenados. La técnica de revisión empleada se conoce como “perfilar” y es una especialidad de la Policía de Control de Drogas (PCD), retirada de los puertos, aeropuertos y fronteras, pese a fuertes protestas, por el Ministerio de Seguridad. Ese tipo de revisión se aplica, incluso, a contenedores pasados por el escáner.
La media tonelada decomisada en Róterdam demostró que los escáneres no son infalibles y los narcotraficantes lo saben. De lo contrario, no habrían destinado un cargamento tan valioso a un seguro decomiso en Limón mediante los muy publicitados aparatos de detección instalados pocas semanas antes.
Cuando mucho, es posible afirmar que no se ha detectado un solo gramo de droga en APM ni en los puertos de destino, pero siempre será aventurado afirmar que por la terminal no salió un solo gramo, como los holandeses no se atreverán a afirmar que por Róterdam no entra droga. El riesgo de la exageración es el descuido de otras técnicas de detección y, sobre todo, otras rutas y medios de trasiego.
La soberanía invadida por el narcotráfico no se recupera con la instalación ni de dos ni de diez escáneres. La compra y operación de los aparatos tampoco demuestra voluntad de combatir el flagelo. No hay soluciones mágicas y pretenderlo puede nublar la vista ante las acciones realmente necesarias.