El brote de malaria detectado en la última semana de marzo crece en intensidad y llama la atención de las autoridades por su ubicación en zonas de Limón, donde la enfermedad estaba “dormida”, y no en el norte, especialmente en Los Chiles, donde todavía permanece. Allí se daba el 85 % de los diagnósticos hasta la aparición del nuevo brote en Limón.
Las autoridades no han podido determinar si se trata de casos importados, pero la hembra del mosquito anófeles, transmisora del parásito Plasmodium, siempre ha estado presente en la comunidad. Como sucede con el dengue y el zika, la comunidad es indispensable para combatir la transmisión, pero la estrategia es distinta.
En toda Costa Rica, la población conoce las medidas necesarias para enfrentar el dengue y el zika, especialmente en las regiones más golpeadas del Atlántico y el norte. Esto no significa que la colaboración esté garantizada. En el caso de estos males, transmitidos por el mosquito Aedes aegypti, un vecino descuidado, con depósitos de agua expuestos o rechazo a los inspectores de Salud puede poner en peligro a las familias de casas circundantes. También es necesario el acceso a los hogares para fumigarlos, porque el mosquito vive dentro.
El anófeles plantea un reto diferente. La cría se da en los cuerpos de agua, como estanques, lagos y charcos. El mosquito viaja hasta sus víctimas, no vive con ellas. En Limón, canales como los de Tortuguero y la lluvia estancada ofrecen infinitas oportunidades de crianza para el anófeles.
No está de más vaciar y volcar recipientes aptos para contener agua, entre otras razones, por la presencia de dengue en el país, pero la lucha contra la malaria se parece más a la de la covid-19 en la importancia de la prueba y detección de enfermos para tratarlos y matar el parásito.
Claro está, no se trata de un virus transmisible de una persona a otra, como el coronavirus. El anófeles es el vector necesario. No obstante, el comportamiento del mosquito, capaz de picar a varias personas en poco tiempo, obliga a buscar a quienes estuvieron cerca del infectado para hacerles pruebas de sangre, indispensables para detectar el parásito.
Cuando los exámenes detectan la presencia de Plasmodium, el tratamiento consiste en píldoras de cloroquina para matar el parásito en la sangre y primaquina para hacerlo en el hígado. La rápida atención de la persona infectada impide el desarrollo de los síntomas más graves, el daño que la enfermedad puede causar en el hígado, cerebro y riñones, e incluso la muerte. Pero el tratamiento también resulta indispensable para frenar el brote y, finalmente, erradicar la enfermedad. Sin personas infectadas, el mosquito nada transmite.
La colaboración de la comunidad, en este caso, consiste en la permanente alerta a la aparición de síntomas como escalofríos, sudoración, dolor de cabeza y dolor muscular para trasladarse de inmediato a un centro médico. Hecha la prueba y detectado el parásito, es preciso seguir las instrucciones al pie de la letra, porque el tratamiento incompleto puede dejar al Plasmodium en condiciones de volver a propagarse, con el agravante de una posible resistencia a los medicamentos.
Costa Rica logró no tener casos autóctonos durante el 2014. En el 2015 solo hubo ocho, todos importados, y en ese año la Organización Mundial de la Salud (OMS) citó al país entre las 21 naciones con posibilidades de eliminar la enfermedad en el 2020. Eso no ocurrió, pero tampoco debemos abandonar la esperanza.