El narcotráfico latinoamericano está en plena transformación bajo el impulso del fentanilo, un opioide sintético conocido como la “droga zombi” por sus terribles efectos en los adictos. La droga apareció hace años, pero viene tomando impulso, y el año pasado causó 73.654 muertes por sobredosis en los Estados Unidos.
Costa Rica ha tardado en verse afectada, pero Randall Zúñiga, director del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), no duda en señalar la tendencia al desplazamiento de la marihuana y la cocaína por el nuevo estupefaciente. Ambas han bajado de precio debido, en parte, a la competencia del opioide, explica el jefe policial.
El fentanilo no solo tiene la capacidad de modificar el consumo por su poder adictivo y bajo precio. También altera por completo los procesos del narcotráfico, desde las primeras etapas de la producción hasta el contrabando y la venta final. Esos cambios obligan a ajustar la respuesta policial.
La fabricación de fentanilo no requiere materias primas cultivadas en zonas remotas, como la hoja de coca o la amapola utilizada para fabricar heroína. Los centros de producción se trasladan a modestos laboratorios urbanos, donde el proceso se ejecuta a partir de precursores químicos creados, a su vez, en el laboratorio. Los productores mexicanos y centroamericanos utilizan materia prima importada, especialmente, de China.
Los precursores del fentanilo no están sujetos a daños por plagas, inclemencias del tiempo o esfuerzos de erradicación, sea por aire o por tierra. La potencia de la droga permite el contrabando rentable de cantidades reducidas. Los carteles del narcotráfico encuentran en el fentanilo una fuente de ingresos de alta rentabilidad, sobre todo si se considera la disminución de los riesgos de sembrar, procesar la materia vegetal para hacer pasta básica, refinarla y transportar el producto final hasta el mercado de destino. Con una inversión de $800 en un kilo de productos precursores, crean 415.000 pastillas, cada una valorada en $3 en las calles de Estados Unidos.
El diario estadounidense The New York Times publicó un reportaje recientemente sobre el desplazamiento de la producción de heroína por el fentanilo en Guatemala. Las patrullas enviadas a destruir sembradíos de amapolas encuentran cada vez menos, y lo mismo puede decirse de las autoridades aduaneras dedicadas a detectar la droga ya procesada en la frontera entre México y Estados Unidos. El año pasado, se incautaron de 680 kilos de heroína, cuando en el 2021 habían encontrado casi 2.450 kilos. En el mismo período, las incautaciones de fentanilo pasaron de 4.989 kilos a 12.246.
El desplazamiento de la heroína también se refleja en la rápida reducción de los precios de la amapola en Guatemala. Comenzaron a desplomarse en el 2017, y el año pasado ya habían caído de $2.310 el kilo a $256. El país vecino, dicen los expertos consultados, está en peligro de convertirse en un centro de comercialización de los químicos utilizados para fabricar fentanilo.
El 21 de noviembre, en Tibás, la Policía de Control de Drogas (PCD) allanó el laboratorio de una banda dedicada a mezclar fentanilo con éxtasis, ketamina y metanfetaminas. El grupo no producía el opioide, y la policía sospecha que los 103,25 gramos de polvo decomisados fueron importados de México. Esa cantidad de droga puede parecer pequeña mientras no se sepa que dos miligramos bastan para causar la muerte.
La lucha contra el fentanilo comienza por controlar el comercio de sus precursores. Es una labor policial muy técnica, y el OIJ, que viene advirtiendo sobre la cercanía de la amenaza, no puede librarla sin los recursos necesarios, incluidos laboratorios forenses bien equipados. El fentanilo toca a la puerta. No debe encontrarla casi abierta.