Los venezolanos fueron víctimas de un grotesco fraude en las elecciones presidenciales de este domingo. La maniobra, activada por el dictador Nicolás Maduro y sus secuaces, desde el momento mismo en que se abrieron los centros de votación, ha sido burda, flagrante y carente de credibilidad. Sin pudor alguno, han burlado la voluntad popular expresada en las urnas, con un único objetivo: mantener enquistada en el poder la camarilla corrupta, arbitraria y represiva de la que forman parte.
Nadie con elementales convicciones democráticas puede aceptar una maniobra de esta índole, que viola los principios más elementales de la democracia y el fundamento supremo para la legitimidad de un gobierno: obtener el poder mediante el ejercicio libre del voto y el respeto de los resultados.
En Venezuela ha ocurrido lo contrario. El régimen fracasó en sus intentos de amedrentar a dirigentes opositores, inhabilitar candidatos (en particular, a María Corina Machado) y confundir al electorado. Ni estos ni otros métodos perversos impidieron que la candidatura de Edmundo González Urrutia, de la Mesa de Unidad Democrática, alcanzara un ímpetu irrefrenable. Confrontado con una derrota contundente, el último día activó su plan extremo: usar el control oficialista del Consejo Nacional Electoral (CNE) para manipular los datos de votación y construir una “realidad” inexistente. Es decir, como el propio Maduro había dicho, ganar “por las malas”.
Sin mostrar ningún acta de votación, pasada la medianoche del domingo, el CNE le otorgó el 51,2% de los votos, frente al 44,02% para González, con lo que dijo que era el 80% de las mesas computadas. Este lunes, con una expedición que hace todavía más evidente el fraude, su presidente, Elvis Amoroso, proclamó oficialmente el triunfo de Maduro y lo juramentó como presidente venezolano.
El pueblo sabe mejor que nadie cuán descomunal ha sido el fraude. No lo acepta y es probable que cada vez lo manifieste con mayor ímpetu. Por respeto a sus derechos y a su valentía, ninguna persona o gobierno realmente democrático debe aceptar la burla de su voluntad.
Todas las encuestas serias coincidían en una diferencia de por lo menos 30 puntos porcentuales a favor de González; cuatro sondeos a boca de urna, el domingo, arrojaban el 70% a su favor. Además, desafiando amenazas y limitaciones, decenas de millones de venezolanos se volcaron a las urnas en apoyo a la oposición.
Maduro pretende convertir su asalto al poder en un hecho consumado sin marcha atrás. Debe ser desconocido de manera rotunda y absoluta. Lo que se impone es el rechazo militante de la manipulación del proceso, el desconocimiento de su espuria victoria y la exigencia de que se realice “una revisión completa de los resultados con la presencia de observadores electorales independientes”, de manera transparente y sin dudas sobre los resultados.
En tales términos se expresaron este lunes, mediante un comunicado conjunto, los gobiernos de Costa Rica, Argentina, Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay. Anunciaron, además, que convocarán a una reunión urgente del Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA) “para emitir una resolución que salvaguarde la voluntad popular”.
El presidente Gabriel Boric fue más contundente la noche del domingo. “Desde Chile no reconoceremos ningún resultado que no sea verificable”, escribió en sus redes sociales. Nuestro gobierno, en un breve comunicado firmado por el presidente Rodrigo Chaves, repudió “categóricamente” la proclamación de Maduro como presidente, y la calificó de “fraudulenta”. Este lunes en la tarde, el mandatario panameño, José Raúl Mulino, tras rechazar los resultados oficiales, anunció la suspensión de relaciones con Venezuela y el retiro de su personal diplomático en Caracas.
Otros gobiernos y presidentes han sido menos contundentes, pero la exigencia de que la votación sea verificada con transparencia también ha sido amplia. La plantearon Colombia y Brasil, lo mismo que la Unión Europea, España y Estados Unidos. Incluso el excanciller brasileño Celso Amorim, quien formó parte de una misión del llamado Grupo de Puebla, generalmente cómplice del régimen de Maduro, declaró que las autoridades venezolanas “no han dado el resultado público mesa por mesa” y que solo han divulgado “un número, pero tienen que mostrar cómo se llegó a ese número, acta por acta”.
México, en cambio, no ha expresado críticas y su presidente dijo que esperaría los resultados oficiales; es decir, del régimen. El Salvador ha guardado silencio. Nada sorprendente, los gobiernos de Bolivia, Cuba, Nicaragua, China, Rusia, Irán y Corea del Norte felicitaron a Maduro.
La indispensable condena internacional no será suficiente para frenar a Maduro, pero si se mantiene y conduce a sanciones y aislamiento, quizá rinda algunos frutos. En los momentos tan fluidos y riesgosos que vive Venezuela, quizá la mayor esperanza esté en que a esa condena se añadan protestas populares pacíficas, pero masivas, fisuras en la camarilla gobernante y un eventual retiro del apoyo de las Fuerzas Armadas, si Maduro optara por la represión abierta.
Nada de lo anterior puede calificarse como una perspectiva tranquilizadora. Sin embargo, peor sería aceptar el fraude impune, que solo mayores desgracias traerá a Venezuela y al resto del hemisferio.