Una pandemia es, por definición, un fenómeno global: surge cuando una epidemia (propagación activa de una enfermedad en áreas concretas) llega a entronizarse en el mundo de manera simultánea. Pero mucho antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) otorgara oficialmente al covid-19 esta categoría, el pasado miércoles, los efectos ya habían comenzado a sentirse, con distinto grado, en todos los países. Hoy, el impacto en la salud, la economía y la política es universal. Como tal, no solo demanda acciones específicas en cada país, según sus condiciones, sino también una coordinación multinacional sin precedentes. Por desgracia, parece difícil.
Hasta este sábado a las 8 p. m., la OMS había confirmado 156.293 casos, la enorme mayoría en China, 81.000, y el resto en otros 121 países; de estos, los más afectados, por ahora, son Corea del Sur, Irán e Italia. Las muertes ascendían a 5.784 y uno de los grandes temores es que el virus muy pronto se extienda por el África subsahariana, donde los sistemas de salud están poco preparados. En virtud del crecimiento, que no muestra señales de ceder, la OMS y organizaciones aliadas acaban de lanzar un Fondo de Solidaridad para ayudar a los países más vulnerables. Esperamos que lo activen con rapidez, aunque está lejos de representar una respuesta global verdaderamente robusta.
En la economía, el perjuicio ha sido también grave. A principios del año, tan pronto los primeros brotes del coronavirus se hicieron manifiestos en la provincia china de Hubei y su gran metrópoli Wuhan, y las autoridades implementaron drásticas medidas de contención allí y en todo el país, los efectos comenzaron a sentirse en las cadenas globales de suministros, de las que China es el principal actor. Este fue el detonante para una sucesión de acciones y reacciones negativas en los complejos y sensibles engranajes de la economía global, la cual ha entrado en su peor crisis desde la del 2008. Ahora, sin embargo, los problemas no se han originado, como entonces, en el sistema financiero, sino en el impacto de la pandemia sobre la economía “real”, es decir, la producción, el comercio y el consumo. Se trata de un golpe múltiple, tanto sobre la oferta como sobre la demanda, que, vinculado al problema sanitario, ha creado una situación inédita.
Muchos otros efectos económicos pueden reportarse. El consumo del petróleo se desplomó y, ante los desacuerdos en esta coyuntura, Rusia y Arabia Saudita, dos de los mayores productores globales, han entrado en una guerra de suministros (al alza) y precios (a la baja) que se mantiene y ha dislocado los mercados. Las bolsas internacionales han vivido sus peores momentos desde la crisis financiera del 2008, con una caída acompañada por gran volatilidad. Empresas altamente endeudadas padecen crisis de liquidez. La cancelación en serie de vuelos ha propinado a las aerolíneas —y a la industria turística en general— su peor golpe en décadas. Se ha creado así un círculo vicioso que, en el mejor de los casos, frenará el crecimiento económico y, en el peor, desatará una recesión.
Las autoridades monetarias y fiscales de las principales economías, así como los organismos financieros internacionales, han activado una diversidad de medidas para frenar la espiral. Sin embargo, hasta ahora no han rendido los frutos deseados; peor aún, la coordinación internacional, indispensable en situaciones de esta índole, ha sido anémica.
Lo anterior nos lleva al ámbito de la política. En el 2008, Estados Unidos fue la gran “ancla” que permitió contener los impactos más sistémicos y extremos del contagio financiero. La Reserva Federal (banco central) inyectó gran liquidez al sistema bancario mundial. Bajo su liderazgo, el Grupo de los 20, constituido por las principales economías, sirvió como fuente de gobernanza ad hoc sumamente eficaz. Además, el populismo hipernacionalista no era un fenómeno que entorpeciera la cooperación. Hoy, nada de esto ocurre, ni en el ámbito sanitario ni en el económico. Más bien, algunos gobiernos populistas utilizan la pandemia para recargar sus peores instintos e incrementar políticas aislacionistas.
¿La esperanza? Por un lado, que entidades políticas sensatas, como la Unión Europea, y organizaciones clave, como la OMS en el ámbito de la salud, y el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, en el económico, llenen en parte los vacíos. Por otro, que la afectación de la pandemia no vaya más allá del primer semestre de este año y se produzca entonces una rápida recuperación en todos los campos. Entretanto, a escala nacional y personal, hay que mantener la disciplina, la serenidad y la capacidad de reacción en lo posible. Por ahora, se trata de paliar los efectos y estar listos para impulsar la más pronta recuperación.