Costa Rica nunca ha podido hablar de Chavela Vargas (1919-2012) sin poner las emociones de por medio. Por décadas, la más internacional figura de la música nacida en nuestro país ha dividido opiniones entre quienes le reconocen sus innegables hitos artísticos y aquellos que le reprochan sus duras declaraciones sobre una Costa Rica que la juzgó por su manera de ser y la empujó a hacer su carrera en latitudes más tolerantes.
Con el paso de los años, y a medida que generaciones más jóvenes de costarricenses han ido descubriendo la obra de Chavela, las conversaciones sobre ella giraron más hacia el significado de su legado musical y se alejaron de los chismes de esquina y las leyendas urbanas. En vez de discutir si Isabel Vargas Lizano fue buena vecina en San Joaquín de Flores, resultó más útil hablar sobre la cantante que dominó escenarios como el Palacio de Bellas Artes mexicano, El Olympia parisino o el Carnegie Hall neoyorquino; que se ganó la admiración de José Alfredo Jiménez, Frida Kahlo, Gabriel García Márquez y Facundo Cabral e inspiró por igual a Pedro Almodóvar, Werner Herzog, Joaquín Sabina, Julieta Venegas y Lila Downs.
El pasado 20 de octubre, la Asamblea Legislativa saldó una deuda de reconocimiento que el país guardaba con Chavela, al declararla benemérita de las Artes Patrias. El proyecto, heredado del período legislativo anterior y presentado por la hoy exdiputada Paola Vega, contó con el apoyo de 42 congresistas de distintas banderas, con solo la oposición de cuatro diputados evangélicos. Ese día en el plenario hubo palabras de admiración hacia la artista y también de disculpa, a sabiendas de que el país le había negado por mucho tiempo los honores que sin titubear se le prodigaron en España, Argentina, Estados Unidos, Colombia y su querido México, el país que la acogió y donde alzó vuelo.
“El país inclusivo al que hoy aspiramos debe reconocer con humildad los errores cometidos contra tantos artistas disruptivos de la época y apuntar no solamente al reconocimiento de las diversidades sino al apoyo del arte y el artista nacional. De esta forma, este benemeritazgo, si bien insuficiente, es una manera colectiva de pedirle perdón a Chavela Vargas (y a tantos artistas de la época que rompieron paradigmas) por la incomprensión de una sociedad que no supo reconocerles su talento en aquel momento”, dice el texto aprobado por los diputados.
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Lamentablemente, el benemeritazgo de Chavela avivó de nuevo las discusiones sobre sus méritos entre los costarricenses. Al igual que sucedió en el 2012, al conocerse su muerte, las redes sociales volvieron en esta ocasión a ser eco de los mismos argumentos cargados de prejuicios y estereotipos con los que la cantante lidió siendo una adolescente. A diez años de su partida, hay personas que siguen midiendo a Chavela no por lo que cantó, sino por sus preferencias sexuales.
El caso de Chavela no es único, pues Costa Rica tiene un largo historial de artistas y creadores que no fueron profetas en su tierra y debieron marcharse al exterior, fuese por falta de oportunidades o ilegítima discriminación. Muchas de las personas que hoy piden no ver a Chavela en el Salón de Beneméritos de la Patria posiblemente ni se han tomado el tiempo de escuchar alguna de sus canciones, desconocimiento que de su parte sin duda se extiende a prácticamente todo el cancionero del medio local.
Sin embargo, el debate también ha servido para que nuevos escuchas se encuentren con Chavela, la artista que rompió todos los moldes de la música ranchera, despojándola de su pompa y alegría para convertirla en algo íntimo y crudo. Con ella, una melancólica guitarra y su rasposa voz eran suficiente para poner de rodillas a cualquier audiencia.
Hoy son oídos jóvenes los que descubren a una Chavela descarnada en La Llorona, imponente en Paloma Negra, candente en Adoro, serena en Toda una vida, vulnerable en Que te vaya bonito, sincera hasta la brutalidad en El último trago…
Y si bien es cierto, Chavela Vargas no tuvo siempre la relación más feliz con Costa Rica, en la etapa madura de su vida la cronista de la bohemia hizo las paces con el país y se prodigó en espectáculos impresionantes ante un público que la conocía solo de referencia, coincidiendo con el segundo aire que vivió su carrera, gracias al impulso de figuras como Almodóvar y Sabina.
Sus presentaciones de 1994 en el Teatro Nacional se guardan entre los recitales más intensos que se han vivido en ese magno recinto, al igual que el concierto gratuito que dio ese mismo año para los estudiantes de la Universidad de Costa Rica, o bien, para sus vecinos de San Joaquín, quienes la declararon hija predilecta del cantón de Flores.
En adelante, bien haríamos en superar finalmente la discusión inútil y amarga de si Chavela fue “una buena tica” y más bien conocerla, como se debe, en sus canciones. Solo así se explican las razones que llevaron al gobierno español a reconocerla con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica o que le valieron el Grammy Latino a la Excelencia Musical.
Si aún no la ha escuchado, Chavela es omnipresente, así que no le costará hallarla: por algo sigue siendo la artista costarricense con más reproducciones en Spotify.