El ataque sorpresa de Hamás sobre Israel, ejecutado el 7 de octubre pasado, con extrema crueldad, es producto del constante apoyo de Irán al grupo terrorista. Los 1.139 muertos, 250 secuestrados, las violaciones y otros desmanes consiguieron el objetivo de desatar una guerra, también inusitadamente cruenta.
La confrontación frenó el avance de las conversaciones de paz entre Israel y Arabia Saudita, enconada rival de Teherán, y las inevitables concesiones de Jerusalén a la Autoridad Palestina, gobernante en Cisjordania, sin las cuales el éxito de las negociaciones sería improbable.
El fortalecimiento de la Autoridad Palestina iría en detrimento de la influencia de Hamás, confinado a la Franja de Gaza, y cualquier acuerdo entre Israel y una potencia árabe debilita a Irán, que normalmente procura desarrollar sus actividades desestabilizadoras por medio de terceros alineados con sus objetivos.
El martes, cuando la comunidad internacional incrementaba la presión sobre Israel para bajar la intensidad de su ofensiva y el debate daba muestras de avanzar en Jerusalén, Hamás desencadenó un ataque con cohetes sobre la ciudad de Netivot cuyo resultado palpable es fortalecer a los partidarios de sostener el esfuerzo bélico.
Desde el inicio de la guerra, Teherán no ha cesado de lanzar fósforos a la pira de la región. Hizbulá, también patrocinada por Irán, ha lanzado ataques contra el norte de Israel desde sus bases en Líbano, cuidándose de no provocar una confrontación de grandes proporciones, pero sin cesar el hostigamiento. Es una milicia mucho más poderosa y mejor armada que Hamás e igualmente radical en sus propósitos de poner fin al Estado de Israel.
Los hutíes, financiados y armados por Irán en Yemen, gozan de la cooperación de Teherán en el campo de la inteligencia para fraguar sus ataques contra la navegación en el mar Rojo, según los estadounidenses. El martes, los cohetes hicieron blanco en un barco griego salido de Vietnam con rumbo a Israel. Los ataques ponen en peligro el comercio internacional y encarecen el precio del transporte.
Estados Unidos, el Reino Unido y sus aliados han lanzado ataques contra objetivos de los hutíes en suelo yemení, pero igualmente preocupantes que las acciones armadas son las declaraciones del presidente Joe Biden sobre un “mensaje privado” transmitido a Irán en relación con la actividad del grupo armado. El mandatario no dio detalles de la comunicación, pero dijo confiar en la “buena preparación” de su país.
Esta semana, Irán también ejecutó ataques directos, no por interpósita mano de sus milicias patrocinadas, sobre el territorio de sus vecinos. Golpeó objetivos en Siria, Irak y Pakistán, por diversos motivos y sin la menor consideración para la volátil situación del Cercano Oriente.
En el primer caso, atacó zonas controladas por el Estado Islámico, cuya dirigencia se responsabilizó de un atentado con bomba que dejó unos cien muertos en la ciudad iraní de Kerman. El presidente sirio Bashar al Asad es un aliado cercano de Teherán, pero no controla la región atacada.
En Irak, los iraníes dijeron tener el objetivo de responder al asesinato de uno de sus comandantes en Siria. La zona atacada, en el norte de Kurdistán, alberga un centro de espionaje israelí, asegura Teherán, pero el gobierno iraquí lo niega y retiró a su embajador en el país vecino como protesta.
En Pakistán el ataque se dirigió contra la región de Baluchistán, donde opera una milicia responsable de una bomba que mató a once oficiales de seguridad en Rask, cerca de la frontera entre los dos países. Las autoridades pakistaníes denunciaron la agresión y, el jueves, lanzaron ataques contra, cuando menos, siete localidades iraníes cercanas a la frontera.
Pakistán es una potencia nuclear, lo cual aumenta el peligro, pero, al menos, Irán no ha logrado cumplir sus aspiraciones de desarrollar armas de este tipo. Vista la cadena de acontecimientos desatada el 7 de octubre, la comunidad internacional debe hacer cuanto esté a su alcance para impedírselo.