El asesinato de mujeres en razón de su sexo acabará cuando los hombres criados en ambientes donde prevalecen las conductas machistas comprendan la igualdad con las mujeres y, por tanto, que ellas no son objetos nacidos para satisfacer sus ominosos caprichos. El cambio cultural se forja en los hogares, las comunidades y las aulas. Ese vínculo entre tres escenarios diferentes, divorciados en la mayoría de los casos, torna difícil erradicar los feminicidios, y ningún país tiene tiempo para esperar los frutos de esa tríada, pero todo esfuerzo vale vidas y combatir las causas de los feminicidios debería ser política de Estado.
El aprendizaje del respeto mutuo debe iniciarse a edades tempranas. Entre el nacimiento y los 5 años es la mejor etapa de la vida para comenzar a moldear a los seres humanos. Sin embargo, de la educación formal pública poco puede esperarse a corto plazo y la sociedad en conjunto debe lidiar aún con las cosmovisiones de no pocas familias, como lo ilustra el cierre de 11 escuelas el 9 de febrero del 2018 en San Carlos, por padres de alumnos contra los contenidos del programa para la afectividad y la sexualidad.
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Asimismo, de acuerdo con el más reciente Informe estado de la educación, durante la presente década, la cobertura de la educación superior se estancó. El porcentaje de la población con edades entre los 25 y 34 años que cuenta con educación superior es similar al del 2009 y, a partir del 2014, ha disminuido el número de títulos entregados al año. El empleo de buena calidad, al cual podrían aspirar los graduados, no sirve únicamente para la manutención y mejorar la calidad de vida, también fortalece los vínculos débiles (encuentros con conocidos casuales), que facilitan confrontar nuestras creencias, modos de comportarnos y niveles de tolerancia. Son necesarios para salir del círculo donde se perpetúan —aunque, claro está, no siempre— las conductas machistas, misóginas y sexistas, entre otras formas de discriminación que conducen a tragedias como las de Eva Morera, Luany Valeria Salazar Zamora, María Luisa Cedeño, Shirley Natalia Pérez Barrientos y las turistas Arancha Gutiérrez López y María Trinidad Mathus, por citar las muertes de mayor impacto en meses recientes.
También está el otro tipo de violencia, el experimentado día tras día por mujeres, quienes, por uno u otro motivo, permanecen al lado de sus victimarios. En un video grabado un mes antes de aparecer muerta en un precipicio junto a su hija de 12 años, Fernanda Melissa Sánchez Aguilar dejó testimonio de una vida plagada de violencia: “Yo hago con usted lo que a mí me dé la gana y hasta que a mí me dé la gana la dejo irse”. Sánchez temía perder a su hija y esa habría sido la causa por la cual, aparentemente, seguía con su compañero, quien le repetía con constancia el lema del patriarcado.
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Para que las mujeres puedan vivir sin miedo a convertirse en “una más” —campaña que suscribimos en todos sus extremos—, como primer paso el Estado debe fortalecer la confianza en el sistema de justicia. Ninguna mujer debería estar temerosa de acudir a una instancia judicial en busca de auxilio cuando desee terminar su relación con un hombre violento. Ella y sus hijos deben recibir atención prioritaria de las autoridades. Simultáneamente, se requiere el involucramiento de la comunidad mediante programas de concientización y responsabilidad de los medios de comunicación en la manera de informar. El trabajo itinerante, que en esta dirección lleva a cabo el Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu) junto con el Poder Judicial, es muy necesario y abogamos por darle preeminencia. Mas no es suficiente. Precisan también planes para dar acceso a más mujeres a la educación formal, especialmente a las profesiones de mayor demanda laboral, y a carreras técnicas, de corta duración, pero que posibilitan la inserción al trabajo con celeridad.
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Las acciones positivas han dado resultado para erradicar otras injusticias. Bien vale la pena utilizarlas contra el feminicidio. Una es empezar por reconocer el valor de las mujeres en la vida política, cumplir el mandato electoral del 50 % en los puestos de elección popular y brindar a las empresas incentivos fiscales cuando su planilla alcance el 50 % de mujeres, especialmente en los altos cargos gerenciales y directivos. Cuantos más espacios se abran a las mujeres, mayores probabilidades habrá de construir una sociedad sin feminicidios, empezando desde la cúspide de la pirámide. Una niña podrá soñar con llegar a ser presidenta de su país o astronauta, aunque viva en condiciones adversas, si se le demuestra día tras día que para ella será posible cristalizar el sueño y ningún hombre vendrá de día o de noche, esté en su casa o de vacaciones, a truncarle la existencia.