En abril, cada infectado por el coronavirus lo transmitía a 0,4 personas, según el respetado Centro Centroamericano de Población (CCP) de la Universidad de Costa Rica. La pandemia estaba en franco retroceso. Cuando el factor R (número de nuevos casos por cada infectado) es menor a 1, el virus está perdiendo la batalla. Pero a la fecha Costa Rica ronda un índice de transmisibilidad (R) de 1,97, según los mismos estudiosos.
La transmisión a casi dos personas por cada infectado, como es evidente, podría duplicar el número de casos en corto tiempo y así sucesivamente. Solo Paraguay, con una tasa de contagio de 2,1, nos supera en América. La advertencia debe ser atendida sin vanidad, nacionalismo o sesgo político.
La peor reacción sería dar la espalda a la ciencia. Para poner en duda las conclusiones del CCP es necesario señalar los errores en su metodología y premisas o, quizá, producir un cálculo más acertado con el rigor propio de las ciencias sociales del siglo XXI. Poca utilidad tienen las críticas a capricho o los mensajes insultantes contra los investigadores.
La narrativa sobre nuestra condición ejemplar en el mundo y la invulnerabilidad de la sociedad costarricense era mucho más fácil de aceptar. Tuvo un efecto tranquilizante en momentos de angustia, cuando observábamos preocupados los estragos causados por el coronavirus en todo el orbe. Pasar de ese punto al reconocimiento de un segundo lugar en tasa de contagio en el continente es un trago amargo, pero indispensable.
Ya las autoridades de Salud admitieron la existencia del contagio comunitario y la pérdida del rastro del 65 % de casos en partes de la Gran Área Metropolitana (GAM). La Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) reconoce las limitaciones de los hospitales y advierte sobre la posibilidad de saturación si no baja el ritmo de infecciones. Cuanto más pronto encaremos la realidad, más rápido aprovecharemos las oportunidades para evitar daños mayores.
La advertencia del CCP es mesurada y señala las posibilidades de mejora con tanto énfasis como la preocupación por el aumento del factor R. Para comenzar, el fundador del centro de estudios, demógrafo y salubrista público Luis Rosero Bixby, señala que la tasa R no indica el grado de severidad de la pandemia, sino su potencial de proliferación. Para medir la severidad es necesario fijarse en la mortalidad y, en ese aspecto, Costa Rica es el país menos afectado de la región, con una tasa por debajo del 0,4 %.
El experto también señala que el factor R no es el único utilizado para seguir el rastro de una epidemia, pero “debemos prestarle atención a la hora de tomar decisiones”. Según Rosero, el país está a tiempo de adoptar las medidas necesarias. La R de 1,97 es una velocidad de contagio muy alta, pero no ha experimentado súbitos aumentos en las últimas semanas y eso apunta a la posibilidad de reducir el número de casos nuevos.
Aunque señala la inconveniencia de copiar recetas de otros países sin adaptarlas a la realidad inmediata, Rosero se pronuncia por una estrategia similar a la escogida por el gobierno, consistente en aislar las zonas afectadas e imponer cuarentenas selectivas. Chile consiguió un notable éxito utilizando esos métodos luego de un peligroso repunte de la enfermedad en Santiago.
Rosero también aboga por el uso de mascarillas, cuyo efecto benéfico es universalmente aceptado, después de la confusión inicial y, como otros expertos, enfatiza la importancia de la responsabilidad de los ciudadanos y la observación del distanciamiento social. En suma, Costa Rica debe estar orgullosa, no de inexistentes invulnerabilidades, pero sí de sus científicos en todos los campos, aun cuando sean portadores de noticias desagradables.