Aunque la economía no muestra signos inmediatos de crisis, preocupa la tendencia de ciertos indicadores clave reflejados en el informe final de política monetaria del año presentado por el Banco Central (BCCR), como es usual, a finales de octubre. La mayoría de esos indicadores apunta a la baja y proyecta un panorama menos alentador para el 2025.
Uno de los más destacados es el crecimiento económico. Si bien el Banco señala que la actividad económica crece a un ritmo más acelerado que el de sus principales socios comerciales, no profundiza en el análisis del régimen definitivo —generador de casi el 85 % del PIB— cuya desaceleración es notable. En el último año, el crecimiento de este régimen pasó del 4,2 % a apenas el 3,2 %. Si la tendencia persiste en el cuarto trimestre, la economía local podría cerrar el año con un crecimiento inferior al 3 %.
Otra preocupación es la moderación del consumo privado. El informe no desglosa cuáles sectores impulsan la desaceleración. Al analizar las estadísticas, se observa que el menor crecimiento se debe, en gran medida, al consumo de bienes no duraderos, como alimentos y combustibles, y a los servicios, que representan más del 85 % del consumo privado. Cabe entonces preguntar cómo se reconcilian estos datos con los resultados de la Encuesta nacional de hogares (Enaho), donde se muestra una mejora en los ingresos familiares.
También resulta paradójica la “histórica” caída en la tasa de desempleo que, según el Banco Central, alcanzó un mínimo del 6,7 %. La reducción se explica en parte por una disminución en la tasa de participación desde el 2022. Aunque ha habido una recuperación parcial, todavía no se alcanzan los porcentajes previos a ese año. ¿Cómo entender una moderación en el ingreso disponible de las familias si tenemos un mercado laboral tan fuerte?
Por otro lado, las exportaciones de bienes y servicios de empresas fuera de las zonas francas, motor clave para el PIB en los últimos años, también presentan señales de desaceleración, con un crecimiento inferior al promedio de la economía. Surge la pregunta si esta tendencia está relacionada con la caída del tipo de cambio de un promedio de ¢545 por dólar en el 2023 a ¢517 este año.
En cuanto al panorama fiscal, las perspectivas son cada vez más inciertas. A pesar del discurso que enfatiza una economía fuerte, los indicadores fiscales sugieren lo contrario: los ingresos crecen a bajo ritmo, el balance primario se debilita y el déficit financiero aumenta. Incluso el Ministerio de Hacienda pasó de declarar el problema fiscal como “resuelto” a reconocer la necesidad de tomar decisiones difíciles y postergar hasta el 2025 la meta de reducir la razón deuda/PIB a menos del 60 %.
En cuanto a la inflación, la tasa sigue en territorio negativo, y el Banco Central acumula cada vez más meses sin cumplir su meta. Las únicas constantes parecen ser las revisiones de la fecha en que la inflación volverá al rango meta de entre un 2 % y un 4 %. ¿Es realmente viable aspirar a una inflación del 3 %? ¿Es congruente la política monetaria del Banco con el comportamiento de las variables descritas?
El 2025 promete menos dinamismo que el 2023 y, según algunos indicadores, podría ser más retador que el 2024. Sería ideal que los informes de política monetaria no se limiten al comportamiento de algunas variables y más bien ofrezcan explicaciones económicas para dar sentido a datos que, en ocasiones, generan más preguntas que respuestas.
Las condiciones internas presentan desafíos importantes y una interpretación imprecisa del contexto podría llevar a tomar decisiones equivocadas en los ámbitos empresariales, de política pública y familiares. Por eso, es crucial una comunicación clara y precisa de estos informes. Hay mucho margen para mejorar su efectividad y alcance.