¿Cuál es la posición de José María Figueres, candidato presidencial liberacionista, sobre el acuerdo negociado con el Fondo Monetario Internacional (FMI)? Parece haberla fijado ayer, pero sus declaraciones tienen un grado de ambigüedad suficiente para imposibilitar conclusiones definitivas.
No apoyará nuevos impuestos, aunque ese es el principal contenido del acuerdo aparte de la ley de empleo público. Eso daría al traste con el proceso. Quizá por eso promete volver a negociar. No queda claro si conservará alguno de los elementos del convenio actual o si hará borrón y cuenta nueva. En ese caso, estaremos obligados a esperar para saber con qué los sustituirá si llega a ganar la presidencia.
No obstante, Figueres apoyará nuevos impuestos mientras no afecten a la clase media, mas no precisa cuáles de las propuestas vigentes repercuten, según su criterio, sobre ese estrato social. Esas no merecerían su apoyo. Empero, en algunos casos, como en el de las casas de lujo, es partidario de introducir cambios para evitar la afectación de la clase media.
La jerigonza se evidencia mejor en palabras textuales del candidato: “Hemos tenido, a solicitud nuestra, varias reuniones con el FMI porque, por supuesto, como gobierno que vamos a ser, pero más allá, como costarricenses, nos preocupa cuidar los balances macroeconómicos. En ese sentido, es que hemos estado apoyando este programa con el Fondo, y estoy seguro de que las cosas podrán ir mejor en la medida en que el país entienda la necesidad de un acuerdo como este y, en caso de ser gobierno, lleguemos nosotros a negociar con el Fondo, pero no vamos a estar en este momento, en que la economía está deprimida, poniéndoles más impuestos a las personas en este país. Ese no es el camino”.
En suma, no existe posibilidad de responder con certeza la pregunta del inicio. Esa misma dificultad enfrenta el FMI. Ojalá sus funcionarios sean condescendientes, permitan el bailoteo electoral y autoricen la continuidad del programa convenido, con todo y el próximo desembolso. Para eso, deben creer que Figueres no revela sus verdaderas intenciones e impulsará, quizá con algún cambio cosmético, un programa muy parecido al vigente.
Probablemente, así sea, en tanto el candidato se imponga en las elecciones. Figueres, con la fracción más grande del Congreso, tiene hoy la posibilidad de influir a favor o en contra del acuerdo vigente, pero nada garantiza su triunfo y, si lo logra, no es segura la capacidad del eventual gobierno de impulsar una agenda parecida. Eso dependerá de la Asamblea Legislativa, de impredecible conformación, donde le recordarán el discurso de campaña y le exigirán apego a las promesas, aunque sea para anotar puntos políticos.
Figueres dice haber conversado con el FMI “como gobierno que vamos a ser”. La expresión vale como eslogan de campaña, no como fundamento para la toma de decisiones de política pública en la actualidad. Desafortunadamente, el candidato solo relató la mitad de la conversación. No dijo cuál fue la respuesta de los representantes del FMI. Sería un alivio saber que dieron por buena su afirmación de que será gobierno y se manifestaron dispuestos a esperar, sin menoscabo de las condiciones negociadas, mientras el futuro mandatario decide cuál será su propuesta particular, sin reducción de la planilla estatal ni afectación de la clase media, pero ahorrando “todo lo que se pueda”.
Si el FMI no ofreció esas seguridades, Figueres tiró al país por el aire para ver como cae. Hay riesgo de que caiga mal. El próximo gobierno, no importa de quién sea, podrá tocar a la puerta del FMI para comenzar de nuevo, pero hasta el 8 de mayo y más allá la posibilidad de turbulencia es grande. Nadie, ni una eventual administración Figueres, puede garantizar la rectificación del rumbo a tiempo para evitar consecuencias muy graves.