Costa Rica se abrazó con Alexandra Pinell en el festejo del gol, consoló a la guardameta Génesis Hernández cuando lloró por los tantos recibidos, ovacionó el espíritu de lucha de las jóvenes seleccionadas y siguió su camino. Terminó el Mundial Sub-20, se fue el trofeo hacia España y se dispersó el público que abarrotó las graderías del Estadio Nacional. Quedó el fútbol femenino, de grandes conquistas sociales y deportivas recientes, aunque todavía insuficientes.
Así hablemos de las juveniles o repasemos los nombres de la Selección Mayor, las futbolistas nacionales son un ejemplo de esfuerzo y determinación. Mariela, María Paula, Viviana, Gloriana, Carolina, Noelia, Catalina, Katherine, Cristin, Alexandra, Jessica, Celeste y compañeras de causa en diversos equipos se levantan de madrugada, aún a oscuras, entre ilusiones y responsabilidades, para pisar la cancha bajo los primeros rayos del sol, a eso de las 5:30 de la mañana. Más tarde sería muy tarde, si además de jugar al fútbol se trabaja jornada completa en un call center, un gimnasio, una clínica de fisioterapia, un supermercado o una pastelería. Es el día a día del fútbol femenino costarricense, de grandes pasos hacia un sueño aún muy lejano: el profesionalismo.
Capaces de llenar el estadio en ocasiones especiales, como las finales Alajuelense-Saprissa, con poco o nada que envidiar a las del fútbol masculino; capaces de unir a Costa Rica en un abrazo, como ante el llanto de las juveniles en el recién concluido Mundial Femenino Sub-20; capaces de atraer miradas más allá de las fronteras, como demuestran un puñado de legionarias, las futbolistas costarricenses viven de sus aspiraciones, sin un salario que permita dedicación exclusiva al deporte.
El entrenamiento, el descanso, las terapias de recuperación y la alimentación requerida por un deportista profesional tampoco están garantizados. Contadas con los dedos de las manos, algunas superan los ¢400.000 al mes de salario. Muchas, la mayoría, siguen contratadas por viáticos, la beca de estudio y algo más. Otras, ni eso. En cualquier caso, sin embargo, mejor que lo vivido por las jugadoras de una década atrás. Mejor, pero insuficiente para un deporte profesional.
Con grandes esfuerzos, quienes hace tres años se entrenaban dos veces a la semana, hoy descansan solo un día, motivadas por el apoyo de algunos clubes de primera división. Es el “sí se puede” hecho fútbol en Shirley Cruz, dos veces campeona en la Champions europea, y una afición ocasionalmente ferviente, capaz de agotar los boletos, si bien la mayor parte del año sobra campo en las graderías.
La empresa privada a veces pone su apoyo y a veces lo quita en tiempos difíciles. Los medios de comunicación publicamos páginas llenas y después unos cuantos renglones, según las circunstancias. Los clubes y la Federación Costarricense de Fútbol no apuestan con constancia por los talentos femeninos, como lo hacen por el fútbol masculino.
Los vaivenes del balompié femenino aún no alcanzan como negocio, pero cada uno de sus pasos favorece a una Costa Rica de oportunidades, más equitativa, con permiso de soñar en lo social y deportivo. Ojalá no lo olvidemos después de los abrazos, el llanto y el Mundial de los corazones valientes, que fue un buen primer paso. Entre tantos vaivenes, el empeño de las jugadoras es un ejemplo de perseverancia y haríamos bien si lo aprovechamos.
La excelente organización del Mundial fortaleció los vínculos de la afición con sus deportistas. Por eso, y el brillo del país en el escenario del deporte internacional, merecen el agradecimiento de todos.