La renuncia de la ministra de Hacienda, Rocío Aguilar, es un duro golpe para las aspiraciones de ordenamiento fiscal. En menos de dos años, la funcionaria impulsó, con extraordinaria firmeza y dedicación, el más importante y exitoso esfuerzo en ese campo desde hace mucho tiempo. La tarea no está completa y esa es una de las dos grandes razones para lamentar su partida. La otra es la ingratitud.
La ministra asumió la conducción de las finanzas públicas en el borde del abismo. Consiguió alejarnos de él, pero no tendrá el reconocimiento merecido. Todo pequeño avance se valora más que una catástrofe no sucedida. No hay duda de lo que estuvo a punto de ocurrir ni del liderazgo de Aguilar en la difícil lucha por evitarlo.
No la libró sola. El presidente, Carlos Alvarado; el presidente del Banco Central, Rodrigo Cubero; varios colegas del gabinete y la Asamblea Legislativa, en especial las principales fracciones de oposición, también hicieron méritos, pero Aguilar siempre se mostró dispuesta a gastar el capital político necesario para mantener el rumbo frente a los reclamos de sectores organizados en torno a la preservación de sus privilegios. Fungió como la conciencia de un gobierno tentado a ceder y en ocasiones caído en la tentación.
A poco de asumir el cargo, se plantó ante la Asamblea Legislativa para ofrecer medidas de austeridad administrativas a cambio de apoyo para las reformas de ley necesarias. En ese momento, la credibilidad de su Ministerio estaba por los suelos, en virtud de acontecimientos recientes, pero su franqueza, integridad e inteligencia vencieron el obstáculo. Aquellas comparecencias de la ministra de Hacienda en el Congreso marcaron el inicio de reformas indispensables.
Aguilar heredó el llamado “hueco fiscal”, un monumento a la irresponsabilidad del gobierno anterior, que contrajo obligaciones y no se preocupó por financiarlas. Las investigaciones legislativas corroboraron el dicho de Aguilar en cuanto a su desconocimiento del faltante hasta julio, cuando ya no era posible pedir autorización del Congreso para cancelar deudas próximas a vencer. Enfrentó con valentía la disyuntiva de pagar deuda pública sin la venia del Congreso o permitir las terribles consecuencias económicas del incumplimiento.
Ahora, la Contraloría General de la República encuentra que debió actuar con mayor celeridad y diligencia para enfrentar la crisis heredada, aunque el propio órgano de control pasó por alto el “hueco” cuando revisó el presupuesto nacional, como bien lo señaló la ministra al anunciar su renuncia.
La Contraloría no solo hizo una relación de hechos. También recomendó al presidente de la República suspender a Aguilar durante un mes. Así, tornó inevitable la dimisión de la funcionaria. La ministra quedó atrapada entre la aceptación de un castigo inmerecido y la exposición del presidente a la crítica si hubiera decidido apartarse de la recomendación recibida.
Durante la conferencia de prensa celebrada para dar la noticia, los periodistas se sorprendieron por el inesperado ingreso de los miembros del gabinete. Se colocaron detrás de la funcionaria en gesto de solidaridad y aprecio. Es un justo homenaje de quienes presenciaron de cerca su empeño patriótico. “Honrar, honra”, escribió José Martí, y los ministros, al honrar, se honraron.
La selección del sustituto dirá mucho sobre las intenciones del gobierno para la segunda mitad de su mandato. Es un mensaje por sopesar con extremo cuidado. Ningún esfuerzo a favor de la reactivación económica dará resultado en ausencia de la confianza que poco a poco se venía recuperando. No va a ser fácil acertar.