La aspiración, distante y a la vez vital, de alcanzar un mundo libre del espectro de una hecatombe nuclear se acercó un poco más a lo posible el pasado viernes 22. Ese día entró en vigor el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), tras llegar a las 50 ratificaciones requeridas, las que irán aumentando en los próximos meses o años, cuando el resto de los 86 países firmantes, y otros más que se adhieran, se incorporen plenamente.
El TPAN es el primer instrumento internacional en prohibir categóricamente las armas nucleares y en trazar una ruta para su eliminación. De ahí su gran trascendencia. El artículo 1 impide a los adherentes el desarrollo, prueba, producción, procesamiento, adquisición, almacenamiento o presencia en sus territorios de esos armamentos, así como colaborar, estimular o inducir a cualquier otra parte a desarrollar tales actividades. Todo lo anterior debe ser declarado públicamente, en conformidad con el artículo 2, algo que Costa Rica hizo el mismo día de la entrada en vigor.
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Al celebrarlo, es necesario, a la vez, reconocer los límites del instrumento. El principal es que sus disposiciones solo se aplican a quienes lo adopten, y las potencias nucleares no lo han firmado ni están dispuestas a firmarlo. Esto hará que, en la práctica, el efecto inmediato sea mínimo. Sin embargo, su trascendencia es enorme como compromiso con un «deber ser» universal, que va mucho más allá de los intereses particulares de ciertos Estados y de las doctrinas de seguridad basadas en el espectro de la aniquilación masiva como presunto —y falso— «seguro» de paz. A partir de ahora, la humanidad contará con un punto de referencia mucho más robusto en qué asentarse para reafirmar el carácter nefasto de las armas nucleares, impulsar la convergencia de múltiples Estados en pro de la eliminación de estas y presionar tanto por este objetivo como, cuando menos, la no proliferación.
El TPAN es producto de un largo proceso en el cual Costa Rica ha tenido un liderazgo pionero y destacado. La idea original surgió del seno de organizaciones no gubernamentales, pero se incorporó a la atención y quehacer de las Naciones Unidas gracias a la iniciativa de nuestro país, que en 1997 pidió al secretario general circular entre los Estados miembros el texto de una convención modelo sobre armas nucleares. A partir de entonces, el compromiso nacional se mantuvo con independencia de qué partido ocupaba la presidencia. Es decir, la iniciativa se convirtió en política de Estado.
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El texto de la «convención modelo» fue actualizado en el 2008, en conjunto con Malasia. A partir de entonces, y durante nueve años, se activaron una serie de instancias de análisis y discusión en el seno de la ONU, que derivaron en tres conferencias sobre el impacto humanitario de las armas nucleares, celebradas, sucesivamente, en Noruega, México y Austria. Finalmente, el 23 de diciembre del 2016, la Asamblea General convocó una conferencia negociadora, la cual se celebró a mediados del año siguiente, bajo la presidencia de nuestra embajadora ante los organismos de las Naciones Unidas en Ginebra, Elayne Whyte.
El TPAN fue aprobado el 7 de julio del 2017 con la participación de representantes de 160 Gobiernos y la ausencia de los Estados nucleares y sus principales aliados. Se abrió a la firma el 20 de setiembre. Costa Rica fue el tercer país en suscribirlo y la Asamblea Legislativa lo ratificó el 5 de julio del 2018.
La entrada en vigor es motivo de doble satisfacción, tanto por el destacado papel del país en este largo proceso como por el contenido del tratado. Las siguientes acciones estarán orientadas a la ejecución e institucionalización del TPAN. En una fecha aún no definida, pero que en principio será a finales de este año o principios del 2022, los Estados parte, signatarios, observadores y organizaciones de la sociedad civil internacional se reunirán con el propósito de diseñar estrategias para avanzar en su extensión y aplicación. Será un camino largo y difícil. Deberá emprenderse con entusiasmo, responsabilidad y compromiso colectivos; en nuestro caso, además, con sentido de continuidad de un liderazgo constructivo y sostenido.