A seis meses del inicio de la guerra en Ucrania, Rusia parece abandonar la esperanza de un rápido avance sobre los objetivos definidos antes de emprender la ofensiva. Controla la quinta parte del territorio ucraniano, pero desde hace semanas no avanza y más bien se ha visto obligada a anunciar el cambio del ritmo de sus operaciones. Ahora, las fuerzas invasoras pretenden consolidar su control de las zonas ocupadas.
Los ucranianos tampoco logran progreso significativo para sus ambiciones de recuperar territorio, pese a las exitosas operaciones detrás de las líneas rusas y contra sus rutas de suministros. El hito del primer semestre de guerra coincidió con el aniversario de la independencia, aprovechado por el gobierno del presidente Volodímir Zelenski para levantar la moral de la población, reafirmar su confianza en la victoria y advertir sobre la prolongación del conflicto.
En esto último coinciden los líderes enfrentados. La operación relámpago imaginada por Rusia, con la pronta captura de Kiev y la probable fuga de Zelenski, era un espejismo. La guerra continuará. En consecuencia, el presidente Vladímir Putin firmó un decreto para incrementar sus fuerzas armadas en 137.000 soldados a partir del año entrante. La medida responde a la necesidad de recomponer las filas rusas, golpeadas por 80.000 bajas, según estimaciones occidentales.
En pleno estancamiento, la disputa política se centra en la posible celebración de referendos en las zonas ocupadas para legitimar la invasión con manifestaciones de voluntad popular de sus residentes. Los ucranianos se adelantaron a negar legitimidad al resultado de un referendo celebrado bajo ocupación militar y amenazaron con romper todo diálogo con Rusia si intenta organizar las votaciones.
Rusia, por su parte, no sucumbió bajo el peso de las sanciones impuestas por los países occidentales. Su economía y sociedad han mostrado una resiliencia inesperada, pero tampoco ha conseguido doblegar a los aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con la manipulación del suministro de gas y petróleo. La alianza occidental más bien se fortaleció con las adhesiones de Suecia y Finlandia, hasta hace poco neutrales.
La resistencia ucraniana resta prestigio al aparato militar ruso. Aparte de un resultado que pueda ser descrito como victoria, no se vislumbra una salida sin serias repercusiones políticas en Moscú. Esa es otra razón para temer una larga guerra. La actitud de las potencias occidentales abona a esa impresión. Se muestran decididas a permanecer al lado de los ucranianos. Estados Unidos anunció el envío de otros $3.000 millones en ayuda al gobierno de Zelenski para alcanzar la suma de $13.000 millones a lo largo del conflicto. El jueves el líder ucraniano conversó con el presidente Joe Biden para reafirmar su alianza y expresar preocupación por los enfrentamientos cerca de la planta nuclear de Zaporiyia, donde un error militar podría desencadenar un desastre.
En seis meses, la guerra ha costado la vida a decenas de miles de civiles ucranianos, además de las bajas militares, estimadas en 9.000. El país necesitará más de $200.000 millones para reconstruir y varios sitios patrimoniales han sufrido daños difíciles de reparar. La interrupción de las exportaciones agrícolas, lentamente reanudadas en días recientes, contribuye al aumento de precios de los alimentos en todo el mundo y a una hambruna en los países dependientes del suministro. Nadie parece estar ganando la guerra, pero hay una larga lista de perdedores.