Desesperada, Virginia Lobelia Madrigal, habitante de Heredia centro, se declaró en huelga de hambre frente a la Municipalidad para protestar contra el ruido en los bares del vecindario. Tiene 62 años de edad, más de 50 vividos en el corazón de Heredia, a 600 metros de la Universidad Nacional. La comunidad, antaño tranquila, está llena de bares que imposibilitan el sueño a niños, adultos mayores, enfermos y vecinos en general.
Los clientes de los bares hacen escándalo en media calle, orinan en las aceras y hasta defecan en los jardines. Estacionan donde se les antoja, sin respetar la línea amarilla y encima de las aceras; obstruyen las vías y manejan ebrios. La zona “parece una cantina a cielo abierto”, afirma Madrigal.
La manifestante comprende la evolución de la ciudad, especialmente su zona comercial, y la apertura de bares atraídos por la ubicación céntrica, pero no el grado de ruido y desorden hasta las dos de la madrugada, con música en vivo y otras perturbaciones. Nadie se ha preocupado por revisar siquiera el uso de materiales aislantes ni por limitar la cantidad de permisos y regular los horarios.
La huelga de hambre captó la atención del Ministerio de Salud, que giró una orden sanitaria a un bar de las proximidades para obligarlo a reducir la bulla, y la Municipalidad dice velar por el cumplimiento de la instrucción. Madrigal, sin embargo, no ha notado el cambio. La manifestante también logró un acercamiento de la Municipalidad para conocer las razones de su molestia.
Nada de eso debió ser producto de una huelga de hambre. La obligación de hacer respetar la ley basta y sobra. Primero, corresponde revisar si los permisos fueron otorgados de conformidad con las regulaciones y si los locales cumplen las limitaciones de horario. También, hay normas sobre los aislantes y los decibeles permitidos a determinadas distancias. Por último, las autoridades deben hacer valer las disposiciones sobre estacionamiento y conducta en la vía pública.
Un sincero esfuerzo a favor del acatamiento de la ley puede hacer mucho por restablecer la habitabilidad en la zona. No es exagerado plantearlo en esos términos. La situación descrita por Madrigal, capaz de impulsarla a la huelga de hambre, torna inhabitable las inmediaciones.
La privación del sueño y el efecto constante del ruido afectan la salud física y mental. El peligro es equiparable al derivado de otros tipos de emisiones. Hay infinidad de estudios para acreditarlo, pero en Costa Rica la contaminación sónica no es tomada en serio. En cualquier calle céntrica de las principales ciudades se escuchan parlantes a todo volumen para llamar la atención a potenciales clientes y plantearles ofertas. Es una flagrante violación de la ley, tanto como el perifoneo, cuya prohibición es apenas teórica.
La regulación del sonido de los vehículos es un chiste incorporado a la letra muerta de la ley de tránsito. Abundan los autos modificados para producir escándalos y hay tubos de escape diseñados con ese fin. Los vehículos se pasean por todas partes gritando a los cuatro vientos su irrespeto a la ley, la autoridad y la decencia. Muchas comunidades no duermen porque fueron escogidas por los “picones” para celebrar sus carreras ilícitas con grave peligro de accidentes.
Las consecuencias de la desidia son múltiples. Una de las más significativas es la transformación del entorno urbano en un infierno del cual es necesario escapar. Así se derrotan las mejores intenciones de los programas de repoblamiento de las ciudades y la contención de las manchas urbanas con graves efectos en los campos de la salud, la delincuencia y el ambiente, entre otros. Ojalá la decidida y pacífica acción de doña Virginia sirva para recuperar en algo su zona en Heredia y sea ejemplo de resistencia para otras comunidades.