Es necesario comenzar por decirlo: todas las vacunas brindan protección contra las manifestaciones graves de la covid-19 y, desde luego, contra la muerte causada por la enfermedad. No obstante, la habilidad de la última variante, ómicron, para burlar la barrera protectora e infectar a los vacunados tiene trascendentales implicaciones para la salud pública y el curso de la pandemia.
En la gran mayoría de los casos, la vacuna evitará la hospitalización y la muerte, pero la infección de los inoculados dejará de ser un fenómeno raro. En consecuencia, los vacunados, aun asintomáticos o con síntomas leves, podrán transmitir el virus a terceros. El riesgo para la población no vacunada es enorme porque ómicron, además de evadir obstáculos inmunitarios, es hasta 70 veces más contagiosa.
Esa característica también amenaza la capacidad del sistema hospitalario y del cuerpo médico, agotado debido a los dos años de pandemia. Con ese grado de transmisibilidad, hay suficientes personas sin vacuna para llenar los hospitales, no importa si ómicron resulta menos apta para causar enfermedad grave, como sugieren los estudios iniciales en Sudáfrica. Aun en ese caso, la ventaja de menor malignidad podría verse anulada por el número de infectados hasta llenar nuevamente los centros de atención.
Peor todavía, estudios igualmente preliminares llevados a cabo en el Reino Unido, donde ómicron se esparce con rapidez espeluznante, apuntan a una gravedad similar a la exhibida por la variante delta. Si esos datos y no los sudafricanos fueran correctos, el futuro sería mucho más inquietante.
Habrá, además, un porcentaje de personas vacunadas cuyo estado de salud no les permita sobreponerse a la infección. Ómicron también vence las defensas naturalmente desarrolladas por quienes han padecido covid-19. Costa Rica ha suministrado a su población dos de los fármacos más exitosos, Pfizer-BioNTech y AstraZeneca, pero dos dosis no bastan para lograr una protección robusta contra la infección.
Tres dosis de las vacunas de Pfizer-BioNTech o Moderna, que no está disponible en el país, constituyen la protección más eficaz. Esas vacunas tienen en común el uso de ARN mensajero, tecnología novedosa frente a las demás. Sin embargo, la utilidad principal de las vacunas es evitar la enfermedad grave. Por eso, es indispensable mantener e intensificar el esfuerzo de vacunación con los fármacos existentes.
El surgimiento de ómicron plantea el reto adicional de mejorar la comunicación para evitar confusiones y conclusiones erradas. Expertos en todo el mundo previenen contra la posibilidad de acrecentar la ignorancia, alimentar las dudas injustificadas y conducir a las personas a creer que las vacunas no funcionan o que solo algunas son realmente útiles.
Costa Rica acaba de detectar el primer caso de ómicron y el surgimiento de otros es inevitable. Las autoridades de Salud no deben perder tiempo para diseñar el nuevo mensaje. El gobierno haría bien en acudir a las agencias de publicidad y medios de comunicación para convenir una estrategia informativa conjunta.
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La mayor amenaza de ómicron es la confusión que puede originar una variante del virus, más infecciosa, no sabemos si menos letal, capaz de burlar la protección de la mayoría de las vacunas contra la infección, pero no la de tres dosis basadas en ARN mensajero, lo cual no le resta utilidad a la otra vacuna aplicada en el país. Así de difícil es el mensaje apropiado, pero es indispensable porque la desinformación se transmite en nuestros días con más celeridad que cualquier otro virus.