La gran conferencia mundial sobre cambio climático, o COP26, con participación de negociadores de casi 200 países en Glasgow, Escocia, terminó el sábado como suelen hacerlo reuniones multitudinarias en las que todo se decide por consenso: sin llenar las expectativas, pero con modestos avances que no deben desdeñarse. Sin embargo, su materialización no quedó debidamente cuantificada, y el alcance de las metas y cumplimiento de los compromisos dependerá de la voluntad de cada país y de las presiones e iniciativas de sus activistas, empresarios y académicos. Así, ha ocurrido, en buena medida, hasta ahora.
Lo anterior implica que el objetivo de que el calentamiento global no supere a finales de este siglo 1,5 grados Celsius sobre los niveles preindustriales no quedó razonablemente asegurado en esta vigésimo sexta conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático. Se mantiene como un blanco móvil, con el agravante de que las temperaturas globales ya han subido 1,1 °C en relación con ese umbral, y que si las tendencias actuales se mantienen podrían llegar hasta 2,7 °C. Esta peor trayectoria, sin embargo, no es inevitable.
Entre lo más importante del documento final o Acuerdo de Glasgow, suscrito por aclamación, está el llamado a los gobiernos para que presenten planes más robustos destinados a combatir el cambio climático el próximo año, no en el 2025, como se estipuló en París, y el establecimiento de reglas de transparencia para verificar el cumplimiento. El texto también lamenta «con profundo pesar» que las naciones ricas hayan incumplido la promesa de proveer, a partir del pasado año, como mínimo $100.000 millones de cooperación a las menos desarrolladas para prevención y adaptación climática y transición energética, y las compromete a alcanzar esa suma al menos en el 2025 y de duplicar, cuando menos, el monto para la adaptación.
También es destacable que, por primera vez en la historia de las COP, los combustibles fósiles y el carbón fueron mencionados de forma directa. Sin embargo, por presiones de China y la India, a última hora, y con desconocimiento de muchos participantes, el llamado a eliminar a mediano plazo el uso del carbón, a menos que sus emanaciones sean filtradas y neutralizadas, desapareció del borrador final; fue sustituido por solo el llamado a reducirlo en etapas. Tampoco quedó incluido el compromiso de eliminar los subsidios a los combustibles fósiles. El argumento indio, al igual que el de Indonesia, Brasil y algunos otros grandes emisores, es que los países en proceso de industrialización que aún necesitan quemar carbón y derivados del petróleo para su desarrollo no tienen por qué asumir costos por las acciones previas de los ricos, a menos que estos canalicen masivamente recursos para la transición. Es un argumento de lógica histórica, pero que también conlleva una temeraria renuncia a las responsabilidades actuales.
La ausencia de metas cuantificables en el documento fue, en parte, compensada por propósitos asumidos más allá de él. Uno de esos logros paralelos fue un acuerdo sobre cómo regular el mercado mundial de compensaciones de carbono; sin embargo, aún existen grandes dificultades técnicas para calcular cómo cuantificar los montos. Cien países se comprometieron a reducir en un 30 % las emanaciones de metano en esta década y 130, a frenar la deforestación en el mismo plazo. Alrededor de dos docenas prometieron eliminar gradualmente sus minas de carbón y la venta de vehículos de gasolina «en las próximas décadas».
También, mediante anuncios hechos, la mayoría antes de la COP26, Estados Unidos y la Unión Europea están comprometidos a alcanzar la neutralidad en las emisiones de dióxido de carbono (mediante la reducción y compensación) de aquí al 2050, China en el 2060 y la India, el más renuente de los grandes contaminadores, en el 2070.
Lo malo es que esta cumbre climática no estableció un camino suficientemente claro y con metas universales precisas para evitar el desastre climático. Lo bueno es que avanzó en ese sentido y que la conciencia sobre la necesidad de frenar el proceso de calentamiento global recibió un gran impulso. Pero, tal como declaró el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, «la voluntad política colectiva no fue suficiente para sobrepasar las profundas contradicciones» entre los Estados, y llamó a la humanidad a ponerse «en modo urgencia». Desgraciadamente, por ahora, solo estamos allí en las preocupaciones, no en las acciones.