La fecha quedará marcada en los anales de la historia como un día dramático, ilustrativo de los peligros de los tiempos que vivimos
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Este jueves se cumple un año del asalto al Congreso de los Estados Unidos de las turbas afines a Donald Trump para impedir la confirmación de la victoria electoral de Joe Biden. Fue un acontecimiento insólito, que conmocionó al mundo. Quedará marcado en los anales de la historia como una fecha dramática, ilustrativa de los peligros de los tiempos que vivimos. Investigaciones posteriores señalan entretelones de un plan cuidadosamente elaborado para perpetrar un golpe de Estado. Si bien no tuvo éxito, el fracaso no disminuye su alcance. Cinco personas murieron en el ataque y muchos congresistas temieron por sus vidas. Más allá de impactos inmediatos e incluso simbólicos, la embestida contra el Capitolio, corazón de la institucionalidad estadounidense, parece haber inaugurado un período de incertidumbre que amenaza la más emblemática democracia del mundo.
La victoria electoral de Joe Biden parecía poner fin a la caótica presidencia de Donald Trump. El mundo se preparó para un retorno de la sensatez en la política exterior de los Estados Unidos. Biden anunció el regreso de su país a la arena internacional como socio confiable, respetuoso de sus compromisos, en particular con el cambio climático y la democracia, y defensor del multilateralismo diseñado con el liderazgo de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, la anunciada salida de Afganistán fue ejecutada con escasa comprensión de las debilidades del régimen de Kabul. Tal vez por eso no pudo prevenir su intempestiva caída, que dio lugar a una retirada repentina e inopinada y desnudó sus flaquezas administrativas. Fue un punto de inflexión en la apreciación ciudadana de su gestión.
En el ámbito doméstico y con un margen legislativo exiguo, logró la aprobación de un paquete extraordinario de alivio para las familias y de apoyo a la lucha contra la pandemia. Pero Biden había sido escogido en unas primarias que mostraron un partido polarizado, cuyo factor de unidad era Donald Trump y la consciencia del peligro que representaba. Una vez que Trump dejó la escena, las divisiones reaparecieron e impidieron el mejor uso de la escasa mayoría legislativa.
A esa debilidad propia de los demócratas se suman tres rasgos negativos que marcan la política interna: un persistente dominio de Trump sobre el Partido Republicano, el férreo bloqueo legislativo a las iniciativas demócratas y la extensa ofensiva republicana de restricción del voto de minorías para facilitar su ascenso al poder.
En ese contexto, el año 2022 estará marcado, en noviembre, por las elecciones de medio período. Desde ahora, todo tiene una connotación electoral y ya las encuestas pronostican una estrepitosa derrota demócrata. Si ese escenario se materializa, hasta ahí llegaría la implementación de la agenda política de Biden, que se vería acorralado por un bloqueo total. A eso se sumaría un más que probable retorno anticipado de Donald Trump para la campaña presidencial del 2024.
Si el 2021 fue un año en el que la crisis de la democracia estadounidense se hizo patente para el mundo, el 2022 puede ser testigo de una nación internamente desgarrada, en choque consigo misma. Un año después del ataque al Capitolio, una sombra se proyecta sobre la democracia estadounidense. Un Estados Unidos errático amenaza perder el estatus hegemónico de su democracia como modelo. Tampoco puede mantener incólume su perfil de socio confiable que Biden tanto ha intentado recuperar.
Aquel 6 de enero que rememoramos este jueves ya no puede ser visto solo como una jornada lamentable, pero aislada. Más bien parece el principio de una narrativa más determinante. En un mundo de riesgos multiplicados, los Estados Unidos no se pueden permitir seguir como una democracia en retroceso, una sociedad fragmentada incapaz de consensos y una hegemonía debilitada.
En un año de elecciones en Costa Rica, el entorno global incierto demandará al próximo gobierno extrema cautela y sabiduría. También nuestra democracia necesita ajustes urgentes, tanto más necesarios en un mundo todavía marcado por un tercer año de pandemia, amenazado por el cambio climático y conflictos geopolíticos. El panorama internacional no ofrece ningún espacio firme en que apoyar nuestras debilidades. Cuanto más conflictivo sea el entorno, menos nos debe temblar el pulso para tomar decisiones dolorosas pero correctas.
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