El presidente, Carlos Alvarado, cree posible alcanzar la inmunidad de rebaño frente a la covid 19 entre octubre y diciembre de este año. La esperanza contrasta con el virtual abandono de esa meta por los expertos estadounidenses, cuyas expectativas se reducen a limitar los contagios al punto de convertir la enfermedad en un fenómeno esporádico y manejable.
El contraste entre la moderación de las expectativas de los estadounidenses y el optimismo del mandatario es todavía mayor cuando se compara la abundancia de vacunas en la nación del norte con nuestra dependencia de casas farmacéuticas cuya producción está comprometida con muchos otros países.
En esas circunstancias, si Costa Rica se adelanta y consigue la inmunidad de rebaño, estaremos ante una reedición de la fábula de la liebre y la tortuga. Sin embargo, es posible. El cambio de las proyecciones en los Estados Unidos obedece a diversos factores. Algunos están presentes en Costa Rica o podrían aparecer a corto plazo. La propagación de la variante británica del virus, por ejemplo, obligó a revisar las estimaciones del porcentaje de población inmune requerido para poner a la colectividad a salvo.
Los cálculos de los inmunólogos, basados en el comportamiento del virus original, fijaban el porcentaje requerido para la inmunidad de rebaño en entre un 60 % y un 70 % de la población. Tras la aparición de la variante B.1.1.7 en el Reino Unido, con un 60 % más de transmisibilidad, la exigencia aumentó a, por lo menos, un 80 % de la población. Los estadounidenses, pese a su considerable ventaja en los programas de vacunación, enfrentan obstáculos significativos para atravesar ese umbral.
Según las encuestas, alrededor del 30 % duda si vacunarse y un grupo significativo rechaza del todo la posibilidad. Las falsedades del movimiento antivacunas, magnificadas por el alcance de las redes sociales, la politización de la covid-19 y la confusión generada por el cuidadoso examen de efectos secundarios, no importa cuán raros, han hecho daño. Los especialistas confían en vencer la resistencia según se evidencien las ventajas y seguridad de las vacunas, pero existe la incertidumbre de poder llegar al porcentaje necesario, al menos a corto plazo.
En nuestro país, el Centro de Investigación y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica (CIEP) acaba de publicar una encuesta cuyos datos constatan la cultura de vacunación prevaleciente. El 83 % de los entrevistados, de todas las edades y condiciones, aprueba la aplicación de vacunas y solo el 11 % lo desaprueba.
Cuando se les preguntó qué harían si se les llamara, el 69 % dijo estar vacunado o acudiría inmediatamente. Un 15 % dudaría y solo el 13 % rechazaría la oportunidad. La decisión de un 2 % dependería del tipo de vacuna ofrecida. Este último grupo, y el de los dubitativos, son susceptibles a vacunarse, sea por el ofrecimiento de un fármaco en particular o por la observación de las ventajas y seguridad de la inoculación. Con tan altos porcentajes de vacunados, aun la minoría resistente podría ceder en algún grado. Son estupendas noticias, producto de décadas de exitosos programas de vacunación.
Otra diferencia entre Costa Rica y Estados Unidos, significativa en la lucha por la inmunidad de rebaño, es la extensión territorial y la población. La transmisión del virus es local y en un país tan grande es difícil impedir el surgimiento de focos esporádicos. El virus tiene la oportunidad de hallar refugio en algunas localidades.
Alcanzar la inmunidad de rebaño en nuestro país es posible. Nada lo garantiza, porque la evolución de la pandemia puede dar un súbito giro a las circunstancias, pero en mucho podemos contribuir mediante la observación de las normas sanitarias elementales, comenzando por el uso de mascarillas, el distanciamiento físico y la higiene.