Basta con leer el primer párrafo de la declaración emitida por los 32 gobernantes de los países miembros, reunidos esta semana en la capital estadounidense, para aquilatar la trascendencia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Al repasar su desempeño, no es exagerado adjudicarle el calificativo de indispensable o, tal como hicieron los signatarios del documento, llamarla “la más sólida alianza de la historia”.
Todo ello se condensa en ese párrafo, el primero de 38 puntos que componen la “Declaración de la cumbre de Washington”, suscrita con motivo de sus 75 años. En él se destacan, como sus tareas centrales, la preservación de la paz, la solidaridad entre sus miembros, el compromiso de defensa colectiva, la disuasión y la gestión y prevención de crisis. Además, son compromisos que se asientan en una serie de principios compartidos: la libertad individual, los derechos humanos, la democracia y el imperio de la ley. Por esto, la OTAN trasciende su naturaleza militar; se erige, en esencia, como una defensora de valores universales.
Son ellos los que reciben hoy la peor arremetida en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, por la injustificada invasión de Rusia a Ucrania; además, están amenazados en otras partes del mundo. En la región indopacífica, el expansionismo chino es cada vez más desafiante; además, su régimen sirve como una fuente de tecnologías “duales” (de usos civiles y militares) al régimen de Vladímir Putin, algo censurado por el documento final de la cumbre.
El programa nuclear de Corea del Norte ha recobrado ímpetu, y amenaza directamente a su vecina del Sur y Japón. En el Cercano Oriente, la guerra en Gaza, sin una salida política aún visible, se añade a otros grandes factores de inestabilidad regional. Las agresiones cibernéticas se han sumado a otras modalidades de “guerra híbrida”, articuladas por diversos gobiernos.
Todos estos y otros puntos de tensión se interrelacionan de distintas maneras. De ahí la importancia de que la OTAN, sin perder el foco noratlántico, particularmente europeo, tome en cuenta otras regiones y se acerque a organizaciones y países afines en ellas. De esto también dio muestras la cumbre, a la que fueron invitados los jefes de Gobierno de Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda, y los más altos representantes de la Unión Europea (UE).
El foco principal, sin embargo, fue Ucrania, con toda justificación. El mensaje central, en declaraciones y decisiones, fue de total compromiso con su defensa frente al agresor. Pronto entrarán en operación modernos cazabombarderos proporcionados por la OTAN, Estados Unidos anunció el envío de nuevas unidades de defensa antiaérea, la UE reafirmó su condición de principal cooperante y la cumbre suscribió una “Promesa a largo plazo para la asistencia en seguridad a Ucrania”, que incluye un nuevo centro operativo en Alemania.
Este centro se añadirá a otro, manejado por Estados Unidos, dará mayores capacidades a sus miembros europeos, coordinará la asistencia y entrenamiento a fuerzas ucranianas, y facilitará así su eventual incorporación a la Alianza. Aunque sin fecha fija, esta fue calificada de proceso “irreversible”.
El otro gran foco de preocupación, no explícito, fue la posibilidad de que Donald Trump regrese a la Casa Blanca y, desde ella, suspenda el apoyo estadounidense a Ucrania, se dedique a minar la Alianza o, peor aún, decida abandonarla. Dos horas después de que el jueves 11 el presidente Joe Biden, como anfitrión, destacara en un discurso las enormes contribuciones de la OTAN a lo largo de sus 75 años, Trump, en un acto de campaña en Florida, la menospreció de nuevo, y denunció que sus miembros no asumen las responsabilidades monetarias que les corresponden.
Este reiterado discurso, aparte de amenazante y favorable a los intereses expansionistas rusos, esconde una paradoja. En el 2020, último año de su presidencia, apenas nueve países integrantes cumplían con la meta de dedicar un mínimo del 2% de su producto interno bruto a defensa. Durante el gobierno de Biden, la cifra se ha elevado a 23, y sigue creciendo. Quiere decir que no es mediante bravuconadas, sino persuasión y colaboración, que se debe y puede avanzar.
La OTAN fue establecida en Washington el 4 de abril de 1949, cuando arrancaba la Guerra Fría. Desde entonces, a los 12 países fundadores —Estados Unidos, Canadá y diez europeos— se han unido, por voluntad soberana, dos decenas. Los más recientes, en respuesta a la invasión rusa, fueron Finlandia y Suecia.
Su vigor es hoy mayor que en cualquier otra época, pero también lo son sus riesgos externos e internos. Para afrontarlos, la “Declaración de Washington” ofrece una excelente guía y sólidos compromisos. Se impone seguirlos con decisión y verdadera solidaridad.