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Umberto Eco es conocido por sus trabajos magistrales sobre semiótica y sus grandes obras literarias, entre estas, El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault, pero también hizo su aportación al mundo virtual con la muy conocida frase “las redes sociales les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio nobel. Es la invasión de los idiotas”. El diario italiano La Stampa fue uno de los primeros en viralizar el comentario, aunque Eco también dijo en esa ocasión: “La tragedia de internet es que ha promovido al tonto del pueblo como portador de la verdad”.
Eco, quien falleció en febrero del 2016, menos de un año después de tales “elogios”, no hizo referencia a los troles, pero sin duda ya los conocía porque estos son el summum de su caracterización. El trol, en consecuencia, no es un superhéroe, sino el villano, el antihéroe en el mundo de la virtualidad. Por eso, para revestirse de legitimidad, el trol debe esconderse tras uno o varios seudónimos. Los troles engañan mejor a los incautos cuando se bautizan con nombres como el italianísimo Piero Calandrelli, el anglo Junior o procedentes de idiomas tan distintos del español como el ruso o japonés.
La Real Academia Española tardó mucho en reconocerlos. No fue hasta finales del 2020 cuando incorporó a su diccionario trol y troleo con la siguiente acepción: en foros de internet y redes sociales, usuario que publica mensajes provocativos, ofensivos o fuera de lugar con el fin de molestar, llamar la atención o boicotear la conversación.
El troleo es eficaz porque —explica el matemático español Eduardo Sáenz de Cabezón— son pocos pero hacen mucho ruido, y ese bullicio en las redes sociales crea la falsa idea de ser una mayoría. Las expertos en marketing digital, y sobre todo en neuromarketing, descubrieron hace mucho cómo aprovechar esta cámara de eco. Tocan los puntos de dolor de las personas, es decir, sus creencias, odios, resentimientos, deseos de venganza, desigualdades, etc., para arrastrar a quienes no tienen por oficio el troleo pero se unen al clan por instinto.
El trol, por tanto, es una tragedia cuya operación es posible debido a las facilidades provistas por la internet y el dinero capaz de comprar sus servicios. Facebook (ahora Meta), por ejemplo, descubrió una red administradora de cientos de perfiles, páginas y grupos dedicados a comentar sobre los candidatos presidenciales antes de las elecciones de febrero y abril del 2022. Las cuentas eran manejadas por un costarricense desde El Salvador.
Un estudio sobre discursos de odio en las redes sociales, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Observatorio de Comunicación Digital del Centro de Investigación en Comunicación de la Universidad de Costa Rica y la firma COES, especialista en análisis de datos, detectó entre el 2021 y el 2022 un total de 937.000 mensajes y conversaciones ligados a odio y discriminación. El principal detonante fue la campaña política. El 64 % de los mensajes fueron emitidos por hombres y el 36 %, por mujeres.
Hasta donde sabemos, ningún escandinavo vio nunca un trol. Por eso, con algo de ironía, debemos celebrar la posibilidad de escuchar a uno de esos seres ya no habitantes en el bosque y las grutas, sino en los dispositivos móviles. No debemos oírlo para recibirlo en olor de multitud, sino para desentrañar cómo trabaja, quién le paga y hasta dónde alcanza el daño a la sociedad.
Los aficionados a las series policíacas están familiarizados con las investigaciones relacionadas con asesinos seriales. ¿No es cierto que además de la captura del criminal es de suma importancia saber dónde están enterrados los cuerpos? La realidad suele ser muy aterradora, pero es necesario detener a los troles antes de un mayor perjuicio para Costa Rica y su institucionalidad democrática.