Con 539,11 metros sobre el nivel del mar (msnm), el embalse Arenal alcanzó, el 26 de octubre, el nivel más bajo de los últimos cinco años en la época de cierre del invierno. La medición está más de un metro debajo del promedio de 540,18 msnm en los últimos 17 años. Se trata de nuestra principal reserva para la generación eléctrica mediante las plantas de Arenal, Dengo y Sandillal, con 330 megavatios de capacidad instalada.
La posibilidad de oportuna recuperación es remota porque el Instituto Meteorológico Nacional (IMN) estima el inicio de la estación seca para la segunda quincena de noviembre o los primeros días de diciembre, y vigila la posible consolidación del fenómeno de La Niña, con su impacto sobre el abastecimiento de agua potable y la generación hidroeléctrica.
La imprevisión, tanto del aumento de la demanda como de las perturbaciones en el régimen de lluvias, mantiene al país cuesta abajo por la pendiente de la generación térmica cara, contaminante y contraria a la marca conservacionista cultivada a lo largo de décadas. Uno de los elementos de esa marca es el porcentaje de electricidad generada con fuentes renovables, especialmente hidroeléctricas.
Ese porcentaje disminuye con celeridad desde el verano del 2023. La necesidad de evitar el espectro de un racionamiento, como el que estuvo a punto de suceder en mayo, se evitó gracias al afortunado comienzo de las lluvias y el incremento de la compra de energía a los países vecinos, casi todos dependientes de los hidrocarburos.
La factura acumulada por compra de combustibles para generación térmica, las importaciones de Centroamérica y los ajustes rezagados del 2023 suma, hasta ahora, antes de concluir el año, ¢147.000 millones, informamos el 28 de octubre. Ese dinero saldrá, muy pronto, de los bolsillos de los consumidores.
La situación se ha agravado por la mala administración del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) que, en el 2022, exportó energía para mejorar sus estados financieros y presumir de un logro que, en realidad, redujo las reservas del Arenal poco antes de la sequía del 2023 y terminó costando muy caro.
El ICE alcanzó la cima de la imprevisión cuando su presidente ejecutivo anunció el cierre de la mitad de las plantas térmicas para reducir los costos operativos en ¢30.000 millones anuales y beneficiar a los usuarios. “El respaldo térmico está hoy apagado y solo se enciende uno o dos meses al año. Es como tener un carro estacionado en la casa que nadie usa, pero hay que pagar marchamo, mantenimiento, cambiar aceite, etcétera”, explicó a los diputados de la Comisión Especial del Sector Energético Nacional durante una comparecencia que seguramente querrá olvidar.
Hoy, el Instituto explora soluciones térmicas que van desde el alquiler de plantas por $140 millones anunciado hace un año hasta la construcción de una propia, en Limón, con mayor capacidad que la de Garabito. No obstante, la imprevisión comenzó mucho antes, cuando el ICE pregonaba su suficiencia para enfrentar la demanda de la próxima década.
Esos cálculos impiden desarrollar nuevas fuentes de energía limpia, sea por el ICE, que tiene bien localizadas las fuentes de geotermia, o los generadores privados, cuya contribución se hace cada vez más necesaria. Las energías eólica y solar dependen de condiciones ambientales, pero países con menos abundancia de esos recursos las incorporaron con éxito a sus matrices energéticas. También hay oportunidades para la generación hídrica privada. Es indispensable plantearse todas las posibilidades, sin prejuicios ni ataduras, para dejar de deslizarnos por la pendiente de la escasez causada por la imprevisión.