Ya va siendo hora de añadir la ruta 32 a la lista de fiascos nacionales en materia de infraestructura. Nombres sonoros, como Barú-Piñuela, perdieron lustre cuando por fin, pasados los años, se hizo el milagro de su conclusión. Muchos recordarán los nombres sin haber transitado por el tramo, en su momento interminable. La apertura del paso por la Costanera no basta para olvidar las décadas de retrasos.
No obstante su conclusión, la obra merece un lugar en la legión de honor de los descalabros, donde también sirve como faro de esperanza para otros emprendimientos fallidos y, además, inconclusos. Sifón-La Abundancia encabeza esa categoría. Los sancarleños pueden volver la vista al sur para hallar en la Costanera una renovación de la fe.
Lo importante es evitar los excesos de optimismo. Hoy se habla de concluir la obra en el 2027, pero ni en Barú ni en Piñuela les aconsejarán hacer una apuesta. Mejor seguir insistiendo, como lo hace la Asociación Pro Carretera desde 1986, sin creer en las fechas y sin dejar de creer o, por lo menos, sin demostrar incredulidad, porque es más fácil exigir cumplimiento cuando el obligado cree que le creyeron.
Si con buena suerte Sifón-La Abundancia se une a Barú-Piñuela en la lista de exquimeras, no por eso dejará de ser recordada. La carretera es una leyenda entre los desatinos de la obra pública nacional. Humedales obvios, pero imprevistos, fallas geológicas insoslayables y hasta las vicisitudes de la política exterior componen su biografía.
La carretera hacia Limón ya estaba hecha, pero se había quedado pequeña. Era cuestión de ampliarla, aunque pronto aparecieron los primeros nubarrones. Surgieron desacuerdos sobre diseños y costos. La aprobación legislativa del contrato de préstamo con el Banco de Exportaciones e Importaciones de China (Eximbank) se atascó en el humedal legislativo y el ministro de Obras Públicas de la época terminó por ofrecer el sentido del honor de los chinos como garantía de respeto a las condiciones acordadas, no obstante el incumplimiento nacional de los plazos inicialmente fijados.
Esa sola circunstancia, además de los años transcurridos, le valdrían al proyecto un sitial de honor entre los fiascos, pero hay mucho más. La orden de inicio de la obra data de noviembre del 2017, cuando faltaban diseños, expropiaciones, permisos y planes de reubicación de servicios. La constructora ya goza de una cuarta modificación del plazo y solo quedan siete meses para la entrega del 20 % inconcluso a la fecha.
En esas circunstancias, China Harbour Engineering Company (CHEC) acaba de retirar personal y maquinaria del tramo Río Frío-Limón centro y su gerente no puede ser hallado porque salió de vacaciones. El Consejo Nacional de Vialidad (Conavi) acordó pedir la intermediación de la Cancillería para gestionar ante el gobierno de China el regreso del funcionario “lo antes posible”.
El gobierno, por su parte, no sabe de dónde saldrán otros $200 millones para completar los trabajos y pagar los reclamos de la constructora. La falta de recursos no augura el fin del proyecto en el marco de los retrasos previsibles, como el tiempo necesario para completar 147 procesos de expropiación. Como en los demás casos, la estimación original del costo se transformó en dato jocoso.
San José-San Ramón compite por entrar en la lista y en Taras-La Lima un ajuste del cronograma evitó disputas sobre el cobro de multas. Barranca-Limonal está sin contratista y con poco financiamiento. En todos los casos, la imprevisión nos pasa la cuenta. Ojalá la lista de descalabros, a diferencia de las obras, tenga fecha cierta de conclusión.