Los mercenarios, esos seres abominables que, sin principios, pelean y matan por paga, se han convertido en un elemento crucial de la estrategia de Vladimir Putin en Ucrania. Desde antes lo son también en otras partes del mundo. Esta estrecha relación revela dos aspectos fundamentales: en primer lugar, la distorsión de valores y falta de principios de contratistas y contratantes; en segundo, la vulnerabilidad y disfuncionalidades del aparato bélico del que en otros tiempos se jactaba Putin.
Pero las relaciones entre su principal empresa proveedora –el Grupo Wagner— y las autoridades, en particular el alto mando militar ruso, cada vez se han tornado más turbulentas. En los últimos días sus vínculos llegaron a un clímax de deterioro y han acrecentado dudas sobre la capacidad y disposición de las Fuerzas Armadas oficiales para enfrentar a las ucranianas.
El jueves, Yevgeny Prigozhin, jefe supremo del Grupo Wagner, anunció que sus mercenarios se retirarían de Bajmut, ciudad del este de Ucrania por cuyo control se han desarrollado brutales y sanguinarios enfrentamientos. Su argumento: ya cumplieron con la misión de tomar el centro urbano y ahora corresponderá a las tropas rusas mantener el control. Reconoció, además, que en los combates han perdido 20.000 vidas de mercenarios, la mitad de los cuales eran prisioneros indultados por Moscú a cambio de que se enlistaran en el grupo: un reflejo más de la carencia de escrúpulos que caracteriza a la cúpula del poder.
El Grupo Wagner es notorio por su brutalidad. Establecido en el 2014 por Prigozhin, un oligarca enriquecido a la sombra de Putin, participó activamente en operaciones militares encubiertas en provincias del este de Ucrania y en la anexión de Crimea, en marzo de ese año. Su carácter extraoficial, crueldad y flexibilidad de acción, muy pronto lo convirtieron en un socorrido instrumento para extender la influencia de Moscú en distintas zonas conflictivas, sin que el régimen asuma responsabilidad directa por sus actuaciones.
Sus fuerzas han intervenido, o aún intervienen, no solo en Ucrania, sino también en países tan diversos como Siria, Libia, Sudán, la República Centroafricana, Mali y Burkina Faso, para apuntalar dictadores o facciones militares involucradas en conflictos. A cambio, Prigozhin no solo recibe honorarios directos de sus patrones de ocasión, sino también la posibilidad de extraer sin control valiosos recursos naturales, como oro, diamantes, petróleo o gas. Estas operaciones, más los privilegios otorgados por Putin desde hace décadas, le han permitido amasar una inmensa fortuna, primero como proveedor de alimentos del presidente, luego desde otros negocios de muy diversa y dudosa condición.
Su cercanía al autócrata ruso, además, le brinda una coraza protectora, gracias a la cual ha lanzado fuertes críticas a los generales responsables de la desastrosa campaña en Ucrania, sin consecuencias en su contra, al menos por ahora. Hace pocos días llegó a decir que, si no se producía un cambio drástico en la estrategia, que permitiera una pronta victoria, podría generarse un clima de confrontación similar al que se produjo antes de la Revolución Bolchevique de 1917. Nadie actuó entonces en su contra.
El retiro de Bajmut no implica que el Grupo Wagner deje de operar en Ucrania: los réditos que obtiene del conflicto son tan altos como la necesidad de subcontratarle tareas militares clave. Por esto, seguirá actuando en el campo de batalla, pero todo indica que con menos exposición que la asumida hasta ahora. Esto planteará serios desafíos a Moscú.
Cada vez son más notorias las señales de que, en el corto plazo, Ucrania iniciará una gran contraofensiva. En esta oportunidad contará con armamentos occidentales mucho más modernos, letales y eficaces que los de sus adversarios. Aun así, los rusos tienen una enorme capacidad militar; sin embargo, hasta ahora no han podido transformarla en victorias determinantes para inclinar el conflicto a su favor.
En estas circunstancias, el repliegue de los mercenarios podrá ser un factor más de desventaja en el campo de batalla. Además, es una muestra incontrovertible de cuán disfuncionales, pugnaces y contradictorias son las estructuras de mando ruso. Crueldad les sobra, pero motivación y claridad de acción les falta.