Ucrania se aproxima al tercer aniversario de la brutal invasión rusa del 22 de febrero del 2022 en medio de una compleja situación. Quizá nunca, desde que se inició el conflicto, los riesgos que confronta han sido tan altos. Su heroica resistencia durante todo este tiempo, sumada al demoledor impacto que tendría sobre la seguridad europea un arreglo contrario a la voluntad soberana de su pueblo, son razones de sobra no solo para mantener, sino también incrementar el apoyo a su defensa.
Durante este tiempo, las bajas y pérdidas de armamentos de Rusia han sido sustancialmente mayores que las de Ucrania. Sin embargo, gracias al tamaño de su población, las campañas de reclutamiento masivo y la capacidad productiva de su industria militar, ha podido mantener e incluso incrementar una prolongada campaña que también se ha visto apuntalada por el envío de drones desde Irán, y de diversos suministros bélicos y tropas de Corea del Norte.
Aunque la economía rusa da crecientes señales de agotamiento por el esfuerzo bélico y las fuentes de reclutamiento han llegado ya a los límites, todavía tiene recursos suficientes para apostar al desgaste como estrategia.
Los ucranianos, por su parte, experimentan una creciente escasez de personal y, si bien han recibido un fuerte apoyo económico y militar de Estados Unidos, Europa y otras potencias democráticas, este no ha sido suficiente para contrarrestar con vigor las ofensivas enemigas. A ello se unen las reticencias de sus aliados a permitirles utilizar en territorio ruso los más sofisticados armamentos, por temor a “provocar” al dictador Vladimir Putin. Tal temor ha cedido con el tiempo, pero la tardanza ha sido un factor negativo para la capacidad militar y la moral ucranianas.
Todos estos factores explican en buena parte la gravedad de la coyuntura actual. Sin embargo, el mayor riesgo que enfrentan Ucrania y Europa no es producto de lo que ocurre en el campo de batalla. Se origina, más bien, en las inquietantes señales enviadas por el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, en torno al conflicto y su posible “solución”; también en las dudas sobre la magnitud de su compromiso con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pilar de la defensa occidental.
La posibilidad de que, en su afán por terminar de inmediato con el conflicto, el nuevo gobierno estadounidense acepte un cese de hostilidades que consolide la ocupación territorial rusa, es grande. Putin ha dicho reiteradamente que está dispuesto a “congelar” las líneas de combate y, de este modo, consolidar la anexión de facto de cerca del 15% del territorio ucraniano. Pero exige mucho más para un posible arreglo: el fin de las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa tras la invasión, la neutralidad y desmilitarización de Ucrania, y su renuncia a incorporarse eventualmente a la OTAN. En síntesis, pretende crear un estado vasallo, vaciado de sus rasgos de nacionalidad, como ocurre con Bielorrusia.
Existen grandes dudas sobre la posición de Trump ante estas exigencias. Esto acrecienta el riesgo para la soberanía de Ucrania y el derecho de su pueblo a decidir sobre el futuro. De aquí el papel crucial que desempeña Europa, tanto desde su Unión (la UE), como desde la participación de 30 de sus países en la OTAN, para evitar que tal cosa ocurra. La forma de hacerlo pasa, esencialmente, por fortalecer la posición militar y económica de Ucrania, garantizar que esta se mantendrá a largo plazo y asegurar, eventualmente con tropas en el terreno, su integridad territorial tras un posible acuerdo de paz.
Esta parece ser una posición con creciente respaldo continental, como quedó de manifiesto en una reciente reunión entre funcionarios y gobernantes clave de la UE, el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, y el secretario general de la OTAN, Mark Rutto. Pero no bastará con ello. Es indispensable obtener compromisos claros sobre Ucrania por parte de Trump y su equipo de defensa y política exterior. Hasta ahora, los indicios han ido de negativos a indefinidos. La clave para un posible cambio es que aquilaten el terrible impacto que tendría ceder ante Putin no solo para los ucranianos y europeos, sino también para la seguridad y estatura global de Estados Unidos. Los próximos dos meses serán cruciales en este sentido.