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Editorial: Nuestros adultos mayores, nuestra deuda

El problema es, sin duda, complejo, pero será –cada vez más– un componente de nuestra realidad nacional. Si no hay cambios, habrá muchos Manueles prisioneros en una cama de hospital

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La dolorosa historia de “Manuel”, contada por nuestra periodista Ángela Ávalos y publicada en portada de La Nación hace algunas semanas, no debería dejar a nadie indiferente. El pasado 9 de febrero, este hombre de 81 años cumplió 127 días olvidado por su familia en una cama del quinto piso de la torre este del Hospital Calderón Guardia. Para hoy, ya se sumaron a esa cuenta otros 22 días con sus noches, y su condición de abandono persiste.

El mes pasado, Manuel –nombre elegido para preservar su identidad– formaba parte de un grupo de nueve adultos mayores a quienes familiares y allegados les dieron la espalda. Así lo reveló el censo con corte a enero realizado por los servicios de Geriatría y Trabajo Social de ese centro médico. Todos estos pacientes ingresaron al hospital por alguna condición de salud, pero, cuando llegó el momento de darles la salida, sus parientes simplemente “desaparecieron”.

Como lo explicaba la geriatra María Rodríguez en el citado reportaje, las razones que subyacen detrás de esa “desaparición” son múltiples y complejas. No faltan aquellos que, en un arrebato de sinceridad, lanzan al personal del centro médico respuestas como: “Yo no puedo cuidarlo, vean ustedes qué hacen”, según narró la especialista. También están quienes prefieren no dar la cara, esquivar toda llamada telefónica o mensaje, y actuar como si el pariente en cuestión no existiera.

Del elevado costo económico que esta realidad tiene para la seguridad social nos ocuparemos en otra oportunidad, pero rescatemos al menos este dato: solo por ocupar una cama y recibir alimentación, el Calderón Guardia invierte en Manuel alrededor de ¢1 millón al día, monto que no incluye la visita del especialista en Geriatría, el control del terapeuta físico ni el seguimiento de Enfermería.

Lo cierto es que, en los hospitales de la CCSS, estos números van en alzada y nada hace prever que tal tendencia se revierta; todo lo contrario. Según las estimaciones y proyecciones nacionales de población 1950-2100 del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), el grupo etario de 65 años y más en Costa Rica se duplicará en los próximos 20 años, al tiempo que la tasa global de fecundidad continuará disminuyendo.

Lo dice claramente ese documento: la población de Costa Rica está envejeciendo, pues el grupo de edad de 65 años y más es el que crece más rápidamente. Para el año 2050, 25 de cada 100 personas en el país formarán parte de ese segmento poblacional, mientras que el año pasado, esa relación era de 11 por cada 100.

Aún más: el INEC deja clara la velocidad a la que se está invirtiendo nuestra pirámide poblacional al indicar que la relación de dependencia demográfica de la población adulta mayor –que compara la cantidad de personas de 65 años y más con respecto al número de personas en edad de trabajar (de 15 a 64 años)– era, el año pasado, de 16,0 personas por cada 100, pero subirá hasta 39,2 para el 2050.

Sería maravilloso si todos esos adultos mayores envejecieran con buena salud y calidad de vida, pero bien sabemos cuántas enfermedades tienen mayores posibilidades de aparecer conforme las personas avanzan en edad. Numerosos tipos de cáncer y casi todas las formas de demencia son dos buenos ejemplos, aunque la lista es mucho más amplia.

Entonces, aquel hombre fuerte –o aquella mujer siempre valiente– que se partió la espalda criando a sus hijos y buscando cómo darles una vida de bien, de pronto se convierte en un ser dependiente. Su marcha se hace más lenta, su memoria se nubla, su carácter se irrita... Un día sufre una fuga involuntaria; otro, pierde la capacidad de tragar o cae en cama en medio de fuertes dolores. Le tiemblan las manos y requiere pañales. Y, por duro que sea decirlo, para muchos adquiere la condición de carga. Deja de ser grato tenerlo en casa porque ya no conversa –o habla demasiado–; porque ya no logra bañarse por su cuenta y a veces huele mal; porque la vida va muy de prisa y su lentitud para moverse desespera.

Claro, hay familias que quieren cuidar a su pariente y tanto lo aman que lo desearan con ellos hasta el final de sus días, pero no están en la capacidad económica de asumir su asistencia por los grandes costos que implica cuidar a una persona dependiente. En la sociedad costarricense, las comunidades tampoco se han preparado para convertirse en redes de cuido para esta población y para otras que requieren asistencia.

Es aquí donde adquieren una importancia trascendental iniciativas incipientes como las llamadas comunidades compasivas, que empiezan a dar sus primeros pasos de la mano de la Fundación Partir con Dignidad, la cual apoya a enfermos terminales con insumos para su cuidado diario y brinda soporte psicológico a sus familias.

El problema es, sin duda, complejo, pero será –cada vez más– un componente de nuestra realidad nacional. Solo reconociendo la valía y la dignidad de los adultos mayores, sin importar su estado físico o mental, podremos aceptar que ha llegado –o llegará– el momento de retribuirles su amor y su esfuerzo con cuidados, atenciones y compañía. Que valores como la gratitud, la responsabilidad, la solidaridad, la compasión y el compromiso, no solo se inculquen en los hogares, sino que se refuercen desde la educación, la cultura y las políticas públicas, de modo que el cuidado de estas personas no sea una elección, sino una norma social inquebrantable.

El mensaje para las nuevas generaciones es que el momento de empezar a cuidarse es ahora, pues, si bien no es una garantía absoluta, envejecer saludablemente suele traducirse en adultos mayores más autosuficientes e independientes. El Estado y la sociedad nos deben aún una política para lograr este importante objetivo.

Con comunidades compasivas, familias mejor acompañadas en su rol de cuidadoras e instituciones que cumplan su tarea, este gran desafío no se convertirá en la bola de nieve que hoy se ve venir desde la ladera. Si no se dan cambios, habrá muchos Manueles prisioneros en una cama de hospital.

Manos de adultos mayores
La población de Costa Rica está envejeciendo, pues el grupo de edad de 65 años y más es el que crece más rápidamente. Foto: Shutterstock (Shutterstock/Shutterstock)
La Nación

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Análisis de opinión en cada editorial de La Nación, medio de referencia en Costa Rica, fundado en 1946.

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