Como consecuencia de las políticas populistas en muchas ocasiones adoptadas, Argentina ha sido calificada de “país desarrollado en vías del subdesarrollo”. Ahora, la nación suramericana vuelve a enfrentar una crisis de confianza financiera que obliga al presidente, Mauricio Macri, a recurrir al apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI). La situación recuerda la severa crisis de principios de la década del 2000, conocida como el corralito, cuando los dueños de divisas perdieron el pleno acceso a su propiedad. El apoyo técnico y financiero del FMI es importante, pero también indica la seriedad de la situación y algunos sectores rechazan la intervención del organismo por temor a sus políticas de austeridad.
La elección de Macri, en el 2015, y su posición favorable al sistema de mercado, fueron bien recibidas después de los males acumulados en los gobiernos de los esposos Kirchner. Pero Macri favoreció reformas graduales, en vez de definitivas, que no producen resultados favorables a corto plazo y fatigan a la ciudadanía. En lo interno, la economía argentina se caracteriza por un déficit fiscal primario superior al 3 % del producto interno bruto, un hueco en la balanza de pagos, alta inflación y creciente endeudamiento externo, todo lo cual se ha traducido en una desconfianza generalizada entre los actores económicos, empresarios y consumidores por igual.
Por otro lado, el anuncio de una probable alza en las tasas de interés de Estados Unidos lleva a muchos inversionistas internacionales a reconsiderar la conveniencia de mantener inversiones financieras en mercados emergentes, como Argentina. La conjunción de factores externos y debilidades internas se ha manifestado en una importante huida de capitales. El Banco Central sacrificó en un solo día $10.000 millones de sus reservas. Ni siquiera logró detener la fuga con un alza de la tasa de interés al 40 %, el 4 de mayo, la más alta de los últimos tiempos. Es aquí donde el apoyo del FMI toma relevancia.
Aunque el caso argentino no es idéntico al de Costa Rica, en parte porque se trata de una economía mucho más grande, sí es posible derivar de sus periódicas dificultades enseñanzas para la conducción de nuestra política económica. La primera es que las medidas de ajuste deben ser firmes, no tímidas ni diluidas en el tiempo, porque eso les resta eficacia. La segunda es que el populismo puede dar réditos políticos a corto plazo, pero a mediano y largo plazo atizan la desconfianza en los políticos. En economías abiertas, el escepticismo se manifiesta en huida de capitales, devaluación de la moneda, inflación, recrudecimiento de las condiciones de crédito y pérdida de bienestar general. En situaciones extremas, como las vividas por Argentina durante la crisis del corralito, la libre disposición y transferibilidad de divisas puede verse lesionada.
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Argentina es un caso de libro de texto para estudiar el “riesgo de un país”. Allí todo puede parecer normal en un momento, pero una mala noticia rápidamente nubla el panorama. No es para menos. Las inversiones financieras son muy briosas y se espantan al mínimo indicador de riesgo. En situaciones como la descrita, difícilmente puede fluir una estable corriente de inversión extranjera directa, pues se arriesga a que, de un momento a otro, cambien en su contra las reglas de juego. Por eso debemos dar seguimiento a la experiencia argentina, aprender de los errores y, en lo posible, evitar cometerlos. La confianza es un bien preciado en materia financiera. La demagogia, el populismo y la falta de apego a las reglas convenidas pueden dar al traste con ella.