En las costas viven 706.092 adultos mayores de 25 años que no terminaron el colegio. Son el 79 % de la población según el índice de competitividad nacional (ICN). El 69 % de los habitantes de otras regiones están en la misma condición, pero los diez puntos de diferencia resaltan, también en este aspecto, las brechas entre las costas y las zonas más prósperas. Un fenómeno similar es observado en las fronteras.
La situación no sorprende. Los estudios, incluidos los del Centro de Investigación y Docencia en Educación de la Universidad Nacional (CIDE-UNA), confirman la relación entre las carencias del desarrollo social y las notas promedio y niveles de aprobación en secundaria. Los territorios de menor desarrollo relativo tienen, como es de esperar, desempeños inferiores a los demás.
En esas regiones, y en el resto del país, las autoridades educativas han hecho esfuerzos para ofrecer otras rutas a quienes se ven obligados a abandonar los estudios. Los programas de educación abierta, los colegios académicos nocturnos, el programa Cindea-IPEC y el Colegio Nacional de Educación a Distancia (Coned) son iniciativas loables y merecen apoyo. No obstante, la clave puede estar en el otro extremo de la vida académica, es decir, al inicio.
Si el país quiere jóvenes con mayor rendimiento al final de la secundaria, debe invertir en programas de atención preescolar integral de alta calidad, tanto en las instituciones educativas como en las familias. Un artículo publicado en estas páginas por Pablo Chaverri, investigador del CIDE-UNA, argumenta que “la buena noticia es que contamos con estudios de nuestra propia región para demostrar que cuando los niños de estratos socioeconómicos bajos participan en programas de estimulación psicosocial temprana logran resultados educativos y socioeconómicos muy superiores a los de sus pares no integrados a estos programas”.
El Ministerio de Educación ha venido esforzándose por universalizar la educación preescolar, compuesta por dos ciclos educativos: el maternoinfantil y el de transición. No obstante, las limitaciones existentes en costas y fronteras también frenan el avance de esa tarea, urgente en todo el territorio, pero indispensable en los cantones de menor desarrollo para alcanzar, cuando menos, el nivel del resto del país, donde un inquietante 69 % de los mayores de 25 años no ha completado la secundaria.
La asistencia a la educación preescolar, como era de esperar, es más baja en costas y fronteras, donde también es menor la disponibilidad de educadores especializados. Los docentes expertos se concentran en las sitios urbanos de la Gran Área Metropolitana y se les echa de menos en las zonas periféricas y rurales. Las regiones con mayores necesidades no son, entonces, las mejor atendidas.
Costas y fronteras requieren de mucho más. El origen de sus problemas, incluida la brecha educativa, está en la pobreza, falta de infraestructura y escaso desarrollo. No obstante, iniciativas específicas, como la lucha contra la deserción del sistema educativo, comenzando por la temprana infancia, están entre las oportunidades de mejora a corto plazo. Otras regiones también las necesitan, pero el país no debe seguir cometiendo el error de enfrentar esos requerimientos de las zonas densamente pobladas con olvido de la periferia.
La diferencia en el porcentaje de adultos con la secundaria incompleta, si bien no permite jactancia de los resultados en el Valle Central, demuestra el desequilibrio en relación con las demás regiones. Becas, servicios de transporte y alimentación, además del acceso a la educación preescolar, pueden contribuir a nivelar las condiciones y desencadenar las repercusiones del avance educativo.