Joel Campbell es “el único negrito productivo”, dice la diputada Patricia Villegas, del Partido Integración Nacional (PIN). Acto seguido, se ofende porque su colega Eduardo Cruickshank, de Restauración Nacional (PRN), reclama el tono racista del comentario. También la emprende contra La Nación por haber revelado la frase, publicada en un chat de los legisladores.
Las explicaciones de Villegas profundizan la ofensa y vale la pena repasarlas como ejemplo de la profundidad del prejuicio en nuestro país y la insensibilidad frente a sus manifestaciones. La legisladora comienza por recordar a Cruickshank que en algún momento de la campaña electoral se refirió a sí mismo como negro. No logra advertir la diferencia entre eso y hablar de un hombre afrocostarricense con la condescendencia del diminutivo.
La legisladora también argumenta que el comentario es “de humor y felicitación cariñosa”. En nuestra sociedad, el humor es uno de los reductos predilectos del racismo. Bajo su velo, infinidad de “chistes” reproducen prejuicios y estereotipos ofensivos que, en muchos casos, los “humoristas” no se atreverían a evidenciar directamente. Ese sentido del humor debe ser erradicado.
Por otra parte, es difícil imaginar cómo se felicita a una persona declarándola la única productiva de su raza. La estrella del fútbol nacional tiene familiares, amigos y otras muchas razones para rechazar la “felicitación”, entendiéndola, justamente, como ofensa. El “humor” de la diputada explota uno de los prejuicios raciales más extendidos: los afrodescendientes son improductivos o, en lenguaje común, vagos.
El prejuicio impide reconocer la enorme contribución del negro al desarrollo nacional. Tan esforzados como cualquiera, los afrodescendientes se distinguen en todo tipo de ocupaciones y trabajos. Solo la ignorancia cuestionaría su productividad en labores físicas e intelectuales. Las artes, las ciencias y la industria se enriquecen cada vez más con sus aportes a medida que el retroceso de los prejuicios abre oportunidades. Acelerar el proceso depende del destierro de estereotipos perniciosos, comenzando por las instituciones llamadas a velar por la justicia y el progreso.
Para la legisladora, el asunto no merece discusión. Atribuyó la publicación de este diario a la falta de “temas de peso que publicar”. En eso, también, asoma el prejuicio. Es fácil disminuir la trascendencia de una ofensa cuando no se está entre los ofendidos ni se comparte la experiencia vital de quienes enfrentan las vejaciones.
Las ediciones de La Nación de ese día, los anteriores y siguientes exploran temas de todo tipo, pero el racismo es tan importante como cualquier otro y, sin exagerar, está entre los más trascendentales. La incapacidad de entenderlo solo se explica por un insondable desconocimiento de la historia.
Para poner fin a la polémica, la legisladora presentó una no disculpa, tan de moda en la política, aunque generalmente ofrecida con más sutileza. Villegas se puso de pie en el plenario para disculparse con “los costarricenses que se sintieron ofendidos por la sección que ha sacado el periódico La Nación”.
No solicita indulgencia por la ofensa, sino por lo que sintieron terceros en cuyos sentimientos no manda. Tampoco pide disculpas por lo dicho, sino por la publicación de La Nación, que tampoco depende de ella. En el caso de Cruickshank, más bien hay un reclamo a su “subjetividad” y malinterpretación, que “es problema de él”. “Pero en ningún momento estoy faltando al respeto ni a la verdad”, sostuvo la diputada. La Asamblea Legislativa no debe tolerar este tipo de manifestación en su seno. Le corresponde censurarla.