El comportamiento del tipo de cambio en los últimos meses debe analizarse con prudencia en una economía no dolarizada como la nuestra. Si bien el precio del dólar debería ser estable, variaciones moderadas son esperables cuando se producen cambios en la competitividad. La revaluación de la moneda puede ocurrir cuando las condiciones internas o externas mejoran para el país. Pero una caída de casi un 27 % en tan solo ocho meses es inusitada.
Durante el primer semestre del año anterior una acelerada devaluación del colón hasta casi ¢700 se debió a temores sobre la solvencia del gobierno para atender sus compromisos inmediatos, una vez moderadas las expectativas, una corrección cambiaria era normal, aunque nunca tan acelerada ni profunda. No ha habido cambios sustantivos en el entorno para justificarla.
En general, la ciudadanía percibe la revaluación como algo favorable. Por una parte, ayuda a contener la inflación, baja los indicadores de endeudamiento del país, alivia la situación de pagos de las familias endeudadas en moneda extranjera y, en teoría, debería abaratar los bienes y servicios importados, incluidos los combustibles y los viajes al exterior.
Sin embargo, esa percepción es engañosa. Controlar la inflación abaratando artificialmente los bienes y servicios importados es inconveniente. Lo correcto sería controlar las variables monetarias y no el precio de la divisa. Abaratar las importaciones incrementa el déficit entre estas y las exportaciones.
Fomentar por medio del tipo de cambio el ingreso masivo de bienes externos coloca en difícil situación a los productores locales de bienes similares, principalmente a los pequeños, quienes usualmente trabajan con márgenes muy estrechos y deben competir en condiciones desventajosas con los productos traídos del exterior. Esto tiene potencial para causar el cierre de empresas, tanto pequeñas como grandes, e incrementar el desempleo.
Los exportadores, consecuentemente, entran en una situación crítica, pues sus costos de producción se mantienen mientras sus ingresos se deterioran a causa de recibir menos colones por cada dólar exportado. De persistir la situación, empresas dedicadas a producir para el exterior se verán imposibilitadas de competir internacionalmente y presionadas a tomar medidas inconvenientes, como la disminución de operaciones, cambio de estructuras de producción para tornarse más intensivas en capital y hasta cerrar sus plantas.
Gran parte de la inversión externa directa viene atraída por los menores costos de producción internos, principalmente las empresas dedicadas a la producción y exportación de servicios (contabilidad, auditoría, call centers, etc.), cuyas mayores erogaciones son los pagos de salarios. Nuestra economía no permite salarios flexibles, pues no pueden ajustarse a la baja si los ingresos disminuyen. Por tanto, la revaluación cambiaria puede tener un impacto en el ingreso de nuevas empresas y provocaría la salida de otras. Estaríamos a las puertas de una recesión económica, lo cual conlleva más desempleo y caída en los ingresos de las familias, lo que neutraliza las ventaja que las personas podrían estar percibiendo de la revaluación.
La sobreabundancia de dólares se deriva de los anuncios sobre el masivo endeudamiento externo del gobierno para financiar el gasto corriente, además de otros factores, incluidas la repatriación y atracción de capitales foráneos gracias al elevado premio por invertir en colones, causada a su vez por el vertiginoso aumento de las tasas internas de interés. Esto produjo sobreabundancia de divisas en los mercados cambiarios. Lamentablemente, el Banco Central muestra poco compromiso para evitar la revaluación, a pesar de tener pendiente una cuantiosa restitución de reservas monetarias internacionales, perdidas en años anteriores, para contener la devaluación.