Así como la infraestructura vial definió las posibilidades de desarrollo de las naciones hace 70 años, la infraestructura digital las define en la actualidad. Para aprovechar las bondades del teletrabajo, remediar el apagón educativo, mejorar las cadenas de distribución, apoyar la seguridad pública con videoseguridad, reducir las presas de vehículos en las ciudades, aumentar la productividad con agricultura de precisión y beneficiarse de muchas otras aplicaciones, es necesaria infraestructura moderna, veloz y confiable.
Si bien la apertura de las telecomunicaciones impulsó el mercado de telefonía celular e internet móvil hasta una penetración superior al 100% —muchos usuarios poseen varias conexiones— y sin duda aumentó la productividad promedio, las grandes aplicaciones requieren una nueva generación de internet, con conexiones de alta velocidad en ambos sentidos, es decir, conexiones simétricas.
El país cuenta con más de 30.000 kilómetros de fibra óptica, lo cual sugiere que la red de transporte está básicamente ahí; sin embargo, la falta de una red de acceso (conexiones hasta los hogares, centros educativos, oficinas, talleres, etc.) causa el desaprovechamiento de la red de transporte, así como el núcleo de la red (enrutadores de muy alta velocidad). El faltante de la red de acceso se ha estimado en 1,5 millones de conexiones. Esto incluye los lugares no conectados y los mal conectados (con cobre o coaxial, ambos incapaces de proveer alta velocidad de subida). En los últimos dos o tres años, los operadores de la red han hecho un esfuerzo para instalar conexiones de fibra óptica en hogares y lugares de estudio y trabajo, pero al ritmo que vamos (presumiblemente por las fuerzas del mercado) la cobertura deseada tomará décadas y, probablemente, nunca se consiga la totalidad, lo cual aumentaría las brechas digitales.
Hay nuevas tecnologías inalámbricas que pueden ayudar a lograr la cobertura, pero no son un sustituto de la fibra óptica. El presidente parece estar mal asesorado en este campo. No son enjambres de satélites, son satélites de órbita baja con buenas velocidades, pero se necesitan muchos satélites. El mandatario tiene razón al mencionar a Starlink como una de las empresas líderes en este campo, pero no ha solicitado permiso de operación en el país. Sí, es un error decir que la solución satelital es más barata que la fibra óptica. Starlink, por ejemplo, cuesta $500 el equipo (la instalación de fibra cuesta entre $300 y $400) y el costo mensual es de $100, mientras que una conexión de 100 Mbps simétrica ronda los $50. Si multiplicamos eso por 1,5 millones, la diferencia es enorme. Adicionalmente, la conexión satelital no es simétrica. Lo máximo que ofrece de subida son 20 Mbps, lo cual puede ser suficiente para una o dos personas trabajando o estudiando al mismo tiempo.
Ahora bien, para conectar lugares remotos donde no hay fibra óptica cerca, sin duda la opción satelital es la mejor. De hecho, el diseño del negocio de Starlink se hizo para el 3% más remoto de la población global. Cuanto más remoto un lugar, mayor valor agrega la conexión, y el tiempo de ejecución es casi instantáneo. Solo hay que hacer llegar el aparato al lugar requerido y pocos minutos más tarde está conectado y funcionando. Ya existen dos o tres empresas con permiso de funcionamiento en el país. Probablemente no sean tan baratas y eficientes como Starlink, pero debería estudiarse la posibilidad de utilizar esas conexiones de inmediato en los lugares más remotos. Es rápido, barato y agrega enorme valor.
La red de nueva generación debe ser una combinación de tecnologías, basada en fibra óptica, pero utilizando otras como la satelital y la telefonía celular 5G. Esta última es óptima para conectar residenciales de muy alta densidad, de una manera más barata y también casi instantánea. Es más barato y eficiente conectar a los residentes de un edificio con varios cientos de apartamentos con 5G que llevar la fibra a cada uno de ellos. La calidad de la conexión no será igual que la alámbrica, pero la diferencia en tiempo y costo lo justifica de sobra.
Tiene razón el presidente al afirmar que la red nacional requerida cuesta unos $600 millones, pero no es un monto excesivo si se compara con los beneficios y que el ICE —y, por ende, todos nosotros— pierde $100 millones anuales (la suma crece todos los años) en mantener la red de telefonía fija. Urge enderezar el entuerto causado en el TLC al entregar al ICE el monopolio de la telefonía fija. Esa red debe ser desechada a la mayor brevedad ya que, en vez de agregar, destruye valor.
Conectar con fibra óptica todos los hogares y centros de estudio y trabajo hará posible eliminar las brechas digitales y acelerar la transformación digital de todo el país. Los lugares de muy alta o muy baja intensidad pueden ser mejor servidos con tecnologías inalámbricas, pero representan un porcentaje pequeño de los usuarios y ciertamente no deben ser motivo de una confusión que solo genera atraso.