El equipo hizo a un lado los logros alcanzados de la mano de Jeaustin Campos, el técnico más ganador en su historia, para reafirmar valores fundamentales
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La rápida decisión del Deportivo Saprissa de despedir a su director técnico, Jeaustin Campos, por dirigir insultos racistas al delantero Javon East, merece encomio si, como lo hizo ver el equipo, sus averiguaciones acreditaron la veracidad de la denuncia. La reacción decidida y firme es especialmente notable en vista de los buenos resultados del equipo bajo la dirección del entrenador cesado. El caso ya había trascendido el ámbito del club y era imposible que no llegara a conocimiento de la opinión pública, pero eso no resta mérito a la firmeza de la organización.
Manifestaciones como las atribuidas a Campos no deben tener cabida en ningún ámbito de la sociedad costarricense y mucho menos en el deporte, cuyas figuras se convierten en modelos de conducta para los aficionados, especialmente los más jóvenes. Si el fútbol no sirve para promover valores, sirve para muy poco.
Así como el racismo aflora con frecuencia en los estadios de todo el mundo, incluidos los nuestros, también surgen ejemplos extraordinarios de figuras deportivas conscientes de su influencia para el bien. Gary Lineker, leyenda del fútbol inglés, estuvo a punto de estropear su carrera como comentarista estrella de la BBC el mes pasado porque rehusó tolerar el lenguaje utilizado por ministros del gobierno conservador para referirse a quienes pretenden asilo en Inglaterra.
La voluntad de hacer a un lado los logros deportivos obtenidos de la mano de Campos, el técnico más ganador en la historia del Saprissa, para reafirmar los valores de la organización, como expresamente dice el comunicado donde se dio a conocer el despido, constituye un acto de desprendimiento igualmente ejemplar, cuyas implicaciones superan los límites del balompié y el deporte.
No hace mucho fuimos testigos de un ejemplo de la perniciosa presencia del racismo en los sitios más inesperados, como en la asamblea escolar donde una maestra, frente a las únicas dos alumnas afrodescendientes, se dirigió a los padres de familia para exigirles no llevar a sus hijos a la escuela “con rastas ni ‘dreads’”. “No estamos en Limón, es Aserrí. Mucho menos traigan a sus hijas con un poco de cosas en el pelo”, dijo.
Saprissa también abrió una investigación sobre la reacción del gerente deportivo Ángel Catalina, a quien East acudió en primera instancia para plantear la denuncia. El club procura esclarecer si en efecto el administrador respondió que las expresiones atribuidas al entrenador son normales en Costa Rica. Si la queja se constata, Catalina debe tomar el mismo camino del técnico.
La respuesta atribuida al gerente es inadmisible, no solo por denegar apoyo a quien lo merecía, sino también por la normalización del racismo. Poco importa cuán extendido esté en nuestra sociedad o en el mundo, el imperativo moral es erradicarlo. Por eso la única reacción posible es la del club en el caso del director técnico si los hechos fueron constatados. Saprissa debe resolver la situación de su gerente deportivo con la misma celeridad. Urge despejar las dudas y seguir sin titubeo la ruta señalada por la prueba.
Por recomendación de sus compañeros, luego de conversar con Catalina, East acudió a la Asociación de Jugadores Profesionales de Fútbol (Asojupro). Steven Bryce, director ejecutivo de esa entidad, confirmó la presentación de testigos y el respaldo brindado al jugador jamaiquino por los capitanes del equipo.
El fútbol nacional y la sociedad costarricense serán mejores si queda clara la disposición de repudiar el racismo, no importa donde se manifieste. En consecuencia, quedaremos en deuda con Javon East, sus compañeros de equipo, la asociación de jugadores y el Deportivo Saprissa.
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