Tuvieron que pasar 25 años de complejas y a menudo interrumpidas negociaciones, quizá las más prolongadas de cualquier acuerdo comercial en la historia. Le espera ahora un proceso de ratificación e implementación lento, tortuoso y plagado de obstáculos. Aun así, la suscripción, el viernes, del Acuerdo de Asociación entre el Mercosur y la Unión Europea, que va más allá de temas económicos, es un hecho de enorme y múltiple relevancia, tanto para las dos regiones y 31 países directamente involucrados como para el resto mundo. Por esto, debemos celebrarlo y, a la vez, hacer votos por que, pese a la oposición de sectores y países proteccionistas en Europa, llegue a buen término.
Si logra salir airoso de la ruta que le espera, no hay duda de que el acuerdo dará un gran impulso al libre comercio, al dinamismo económico de ambos bloques y a la coordinación en otros asuntos que trascienden tales dimensiones. Por esto, tanto o más relevante es que se constituya en un factor que genere mayor estabilidad geopolítica y geoeconómica, que permita a los participantes atemperar los posibles impulsos mercantilistas del presidente Donald Trump, cree un polo de convergencia profunda entre dos regiones con múltiples afinidades y, quizá, balancear los esfuerzos de China —hasta ahora exitosos— por ganar terreno en el sur de nuestro hemisferio.
Por algo la presidenta de la Comisión Europea, brazo ejecutivo de la UE, Ursula von der Leyen, afirmó que el tratado “no es solo una oportunidad económica; es una necesidad política”, y destacó que, gracias a él, envían “un mensaje claro y poderoso al mundo”. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien tuvo gran liderazgo en la recta final de las negociaciones, destacó cómo “la realidad geopolítica y económica global” muestra que la integración fortalece las sociedades, moderniza las estructuras productivas y promueve la inserción más competitiva en el mundo.
El documento fue suscrito durante la cumbre del Mercosur, realizada en Montevideo, tanto por Von der Leyen y Lula como por los presidentes de los otros tres países miembros plenos en el bloque comercial: Luis Lacalle Pou de Uruguay, Javier Milei de Argentina y Santiago Peña de Paraguay.
La ruta negociadora se vio afectada durante más de dos décadas debido a renuencias a ambos lados del Atlántico, cambios de enfoques en sus gobiernos y rechazos y temores —a veces justificados; otros usados como excusas— sobre su posible impacto productivo, ambiental y laboral. Incluso, un texto inicial, suscrito en Bruselas en el 2019, debió volver a la mesa de diseño y negociación, en la que se introdujeron refuerzos medioambientales, compromisos para frenar la deforestación en la Amazonia y cláusulas para proteger a algunos sectores sensibles.
Ahora, el camino para la ratificación en los cuatro países suramericanos se ve relativamente sencillo: basta con la aprobación de sus respectivos parlamentos, algo que difícilmente enfrentará impedimentos significativos. En la UE, en cambio, será una agotadora carrera de obstáculos. Además de revisar legalmente y traducir los textos acordados a los 25 idiomas de sus países, deberá ser aprobado por el Parlamento Europeo y el Consejo de la UE, donde están representados los jefes de Gobierno de sus integrantes. En esta instancia, cuatro o más miembros que alcancen el 35 % de la población de la Unión podrían bloquearlo.
La oposición más férrea surge de grupos agrícolas en extremo protegidos, sectores medioambientales y, más consecuente aún, el gobierno de Francia, al que se unen, con distintos grados de oposición, los de Austria, Italia y los Países Bajos. Alemania y España, en cambio, son los mayores impulsores de la ratificación.
Si como esperamos hay éxito en el proceso, del acuerdo emergerá una zona comercial que superará los 700 millones de personas y gran complementariedad entre los dos grandes bloques que la integran. La esperanza es que, además del favorable impacto general en las economías, al final prevalezca un sentido elemental de estrategia global por parte de todos los integrantes de la UE. Siempre ha sido necesario. Ahora es indispensable.