La Universidad de Costa Rica (UCR) está alarmada por el diagnóstico sobre los conocimientos matemáticos de los estudiantes de primer ingreso. El aviso es para el país entero, dependiente del acervo educativo de su población para atraer inversión extranjera, competir en el mercado internacional y promover el desarrollo.
La matemática es indispensable para lograr esos propósitos, dadas las exigencias de la cuarta revolución industrial. A contrapelo de sus políticas de apertura comercial y las aspiraciones de competir en la economía moderna, Costa Rica se caracteriza por su limitada oferta de carreras en las áreas de ciencia y tecnología, salvo las disciplinas médicas. Si a esa desventaja se añade la mala formación matemática en escuelas y colegios, hay buenas razones para preocuparse por el futuro.
El 96 % de los 3.827 estudiantes evaluados reprobó las pruebas de diagnóstico y solo 153 superaron el 70. Las materias evaluadas pertenecen al currículo colegial; sin embargo, diversos estudios identifican el origen de las dificultades de la educación costarricenses en las escuelas. Sin bases sólidas, las etapas posteriores del proceso educativo tienen menos posibilidades de éxito.
El diagnóstico de matemáticas (DiMa) es una evaluación para los aspirantes a estudiar las carreras de ingeniería, ciencias básicas o salud. Tan alarmante como el porcentaje de reprobados es la calificación promedio de 33. Hubo 600 exámenes calificados con 25 y 550, con 20. No faltaron notas todavía más bajas.
La magnitud del desastre da para pensar en deficiencias de diseño de la prueba, pero los resultados del Instituto Tecnológico no son mucho mejores. En ese caso, un 84 % de los evaluados obtuvo menos de 60 en matemáticas y el 56 % reprobó con menos de 40. La misma prueba de la UCR, en años anteriores, no arrojaba resultados para celebrar, pero eran mucho mejores.
El efecto de las huelgas del 2018 y 2019, así como la pandemia en el 2020, se hace sentir. Antes del 2019, los aprobados rondaban el 20 %, una cifra preocupante, empero muy lejana del 4 % actual, el 5 % del 2020 o el 6 % del 2019. La caída de malo a pésimo ha sido continua.
Los resultados no sorprenden a los investigadores del Estado de la Nación. Jorge Vargas Cullel, director del prestigioso programa, advirtió en junio del 2020: «Las universidades van a recibir una cohorte de alumnos cuya educación no se logró coronar. Las universidades públicas y privadas deben ejecutar un conjunto de acciones remediales que permitan atacar algunas de las fallas de los nuevos ingresos».
En aquel momento, con tres meses de pandemia transcurridos, era ya evidente el efecto sobre un sistema educativo tan afectado por acontecimientos de los dos años anteriores. Cuando la pandemia empezó, las acciones para recuperar el tiempo perdido debido a las huelgas del 2018 y el 2019 todavía se echaban de menos.
La covid-19 fue lluvia sobre mojado y todos conocemos las dimensiones del chaparrón que todavía no amaina. La predicción de Vargas se cumplió y los exámenes de diagnóstico de las universidades lo comprueban. En esta oportunidad, el sistema educativo no puede dejar de lado la necesidad de recuperar, hasta donde sea posible, el tiempo perdido.
Las universidades están ideando cómo arreglárselas con los alumnos admitidos este año; no obstante, detrás de ellos, vienen generaciones igualmente afectadas. Los bachilleres del 2021 sufrieron tres años de interrupciones de su formación y encaran hoy un curso lectivo todavía alejado de la normalidad. Para frenar el daño futuro es necesario desplegar un esfuerzo extraordinario.