El 2018 podría ser el cuarto año más caliente desde el inicio de los registros. Un cuarto lugar no impresiona demasiado, pero a cualquiera se le mete el miedo en el cuerpo al enterarse de que los tres primeros puestos pertenecen a los años inmediatamente anteriores. En otras palabras, estamos a punto de cerrar una serie de cuatro años consecutivos con el termómetro global a tope.
Para más preocupación, diecisiete de los dieciocho años más calientes de la historia ocurrieron a partir del 2001. No todos los años serán más calientes que el anterior, como está a punto de probarlo el 2018, pero la tendencia es clara. Es más fácil identificarla en periodos prolongados, como los diecisiete años transcurridos desde el 2001 y, más aún, con las mediciones hechas desde el inicio de la era industrial. El permanente ascenso de las temperaturas a lo largo de tantas décadas es prueba irrefutable, aunque no única, del calentamiento global y su relación con actividades humanas emisoras de gases de efecto invernadero.
Un estupendo artículo sobre el tema, publicado por The New York Times el 14 de agosto (“2018 Is Shaping Up to Be the Fourth-Hottest Year. Yet We’re Still Not Prepared for Global Warming”) cita a expertos de primer orden que advierten sobre la importancia de comprender que las temperaturas siguen al alza y si bien la humanidad no está preparada para enfrentar el problema en la actualidad, cada año los retos serán mayores.
Somini Sengupta, autora de la pieza publicada por el diario neoyorquino, hace un breve recuento de las calamidades de este año. No las recopila todas, porque son muchas, pero la síntesis basta para causar temor. Los incendios en California han roto todas las marcas. No tienen comparación histórica. Otro tanto puede decirse de los incendios forestales en el círculo ártico y las violentas conflagraciones que cobraron decenas de vidas en Grecia, aunque la autora no menciona esos ejemplos.
En cambio, señala la caída de las cosechas de granos básicos como trigo y maíz en países tan distantes como Suecia y El Salvador. El abastecimiento alimentario es, precisamente, uno de los puntos vulnerables de la humanidad frente al cambio climático causado por la humanidad misma.
En Europa, escribe Sengupta, varias plantas nucleares de generación eléctrica se han visto obligadas a cerrar porque el agua de río utilizada para enfriarlas está demasiado caliente. En cuatro continentes, las olas de calor han sobrecargado y averiado las redes de distribución eléctrica. Los mares continúan en ascenso, como se nota claramente en el Atlántico costarricense y las muertes causadas directamente por el calor aumentan en todo el mundo.
Para muchos científicos, dice Sengupta, este es el año en que comenzaron a vivir el cambio climático, más que estudiarlo. Ya no es un problema de generaciones futuras o de los desafortunados habitantes de remotas islas del Pacífico, amenazadas por la inminente desaparición.
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Sin embargo, la Casa Blanca está a punto de derogar las metas de emisiones fijadas para la industria automotriz por la administración Obama. La medida es una más de tantas destinadas a remover obstáculos al desarrollo económico. No cabe duda. Menos exigencias ambientales se traducen en importantes ganancias para la industria automovilística y muchas otras, pero el precio a pagar es cada vez más claro.
Los defensores del progreso hacia el abismo optaron, primero, por poner oídos sordos a la ciencia. Cuando el clamor ya no pudo ser ignorado, decidieron negar las conclusiones de la ciencia abrumadoramente mayoritaria e intentaron construir una ciencia alternativa. Ahora, el planeta los desmiente con creciente contundencia. Es hora de hacerle caso y recobrar la cordura.