Editorial

Editorial: Una iniquidad grabada en piedra

Una norma improcedente obliga al Estado a girar sumas cada vez más altas a las universidades públicas sin que ellas, por gozar de autonomía, estén obligadas a rendir cuentas a la ciudadanía sobre el uso que les dan.

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En 1869, Costa Rica incluyó en la Constitución promulgada ese año que la educación primaria, para ambos sexos, es obligatoria, gratuita y costeada por la nación, disposición que después fue recogida en la de 1949. Respecto a la educación superior, que dota a quienes las reciben de una valiosa herramienta para ganarse la vida, la obligación que estableció esa segunda carta magna, para el Estado, fue facilitar que las personas que carecieran de recursos económicos pudieran proseguirla. Pero más adelante, en 1975 y 1981, como resultado de una eficaz presión de grupos de interés, se obligó al Estado a dotar a las universidades públicas de recursos y ajustarlos conforme a la inflación. Quedó, así, prácticamente grabada en piedra una norma improcedente, pues obliga al Estado a girar sumas cada vez más altas a las universidades públicas sin que ellas, por gozar de autonomía, estén obligadas a rendir cuentas a la ciudadanía sobre el uso que les dan.








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