Cumplidos los diez años, las niñas costarricenses deben vacunarse contra el virus del papiloma humano. La obligatoriedad fue confirmada por la Sala Constitucional pese a las objeciones de grupos religiosos y activistas. La medida evitará muchos cánceres de cérvix en el futuro y también muchas muertes, pero es tan difícil vencer los prejuicios como hacer el prodigio de desarrollar una eficaz medida para prevenir flagelos tan extendidos.
Los magistrados rechazaron un recurso de amparo interpuesto por una niña que alegó haber consultado “fuentes internacionales” sobre los efectos secundarios de la vacuna, de los cuales no se informó en Costa Rica. Pero la Sala IV no encontró que las autoridades sanitarias hayan negado información al público y constató, en las verdaderas fuentes internacionales autorizadas, que la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la Agencia Europea de Regulación de Medicamentos y la Oficina de Medicamentos y Alimentos de los Estados Unidos justifican la obligatoriedad de la vacuna por su enormes beneficios, frente al riesgo de efectos secundarios leves.
¿Cuáles son, entonces, las “fuentes internacionales” consultadas por la niña? Están al alcance de todos, en la Internet, y contienen ríos de información falsa, disfrazada de ciencia. Aparte de la política, la salud es una de las áreas en las cuales más daño hacen las falsas noticias y las redes sociales. Las consecuencias de tantas falsedades son reales. Dos familias de extranjeros, cada una contraria a la vacunación por sus propios motivos, trajeron al país el virus del sarampión, hasta entonces prácticamente erradicado por los exitosos programas nacionales de vacunación.
Los enemigos de las vacunas acusan a la del sarampión, sin fundamento alguno, de tener efectos secundarios graves, incluido el autismo. Lo mismo dicen de otras vacunas, pero en el caso del papiloma humano intervienen también los prejuicios morales y religiosos. Inexplicablemente, los críticos la asocian con el despertar prematuro a la vida sexual. Como es frecuente en este tipo de razonamientos, sus propulsores invocan la virtud como la mejor vacuna. Sin relaciones sexuales, no hay transmisión del virus, pero la abstinencia no es un método realista y el matrimonio, no importa cuál religión lo consagre, no es garantía de evitar el contagio.
La mayoría de las personas sexualmente activas contraen el virus en algún momento de sus vidas y pocas se saben portadoras. La vacuna es una bendición de la ciencia y no guarda relación alguna con la propensión a tener relaciones sexuales; no obstante, en algunos círculos, cuando la Caja Costarricense de Seguro Social anunció la vacunación de las niñas a partir de los diez años, fue como si abogara por las relaciones prematuras.
El primer imperativo moral es salvar vidas y preservar la salud de la población en riesgo. El cáncer en el cuello del útero es uno de los más frecuentes en los países en desarrollo. Según la Organización Mundial de la Salud, en esas naciones se presentaron unos 570.000 casos en el 2018.
En cuanto a la vacuna contra el papiloma, la campaña no se agotó en los argumentos morales. También se desató el rumor sobre una falaz relación entre la vacuna y la “activación” de células cancerígenas en el cuello uterino, cuando ese es precisamente el problema por enfrentar. Las lesiones cancerosas se desarrollan a partir del virus, no de la vacuna.
Según la Sala IV, la obligatoriedad de la vacuna no vulnera el principio de autonomía de la voluntad porque la prevención de enfermedades, el interés superior del menor de edad y el resguardo de la salud pública son fines constitucionalmente legítimos que justifican la imposición del deber de vacunarse. No hay otra forma de que el prejuicio y la ignorancia pongan la vida en riesgo.