“Reiteramos el llamado a toda la población a vacunarse. Contamos con dosis suficientes para todos, así que pueden buscar su tercera dosis y vacunar a personas de entre 5 y 11 años”, dijo el martes Alexánder Solís, presidente de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE). Hace un año, apenas podíamos imaginar una invitación tan extraordinaria. Desde Costa Rica, contemplábamos angustiados la suerte de países donde los programas de inoculación comenzaban a avanzar.
Hoy, el esfuerzo de vacunación local sobrepasó a muchas de esas naciones y, en varios casos, con vacunas proveedoras de mejor protección. 4.235.270 habitantes del territorio nacional (el 82% de la población) tienen cuando menos una dosis. Otras 3.859.818 personas (un 74,8%) completaron el esquema y 1.487.215 (un 28%) recibieron la tercera dosis.
El esfuerzo ha sido extraordinario y debe ser reconocido en todos los niveles, comenzando por la presidencia de la República, el Ministerio de Salud y la Caja Costarricense de Seguro Social, sin olvidar al ejército de trabajadores de la salud desplazado por todo el país para asegurar una distribución equitativa del fármaco.
Los convenios de compra negociados con Pfizer-BioNTech, AstraZeneca y el mecanismo multilateral Covax aseguraron un suministro constante, aunque muy lento para la comprensible impaciencia de la población. De camino, recibimos donaciones de España (1.572.290 dosis), Estados Unidos (1.503.900), Canadá (319.200), Francia (200.070), República Dominicana (56.800) y Austria (50.000).
Las declaraciones del presidente de la CNE se produjeron a raíz del ingreso de 450.450 vacunas negociadas mediante Covax. Si alguien no se ha vacunado, ya no puede atribuirlo a escasez o dificultad para conseguir el fármaco. Costa Rica demostró su capacidad para aprovechar cada dosis. La buena organización permite la rápida y eficaz aplicación en todo el territorio nacional.
Recientemente, nuestra Revista Dominical relató los extraordinarios esfuerzos de Mariana Row y Géiner Aguilar para vacunar a los pobladores de la zona fronteriza de Sarapiquí y las Vueltas de La Cruz, Guanacaste, respectivamente. Ella recorre caminos de lastre bajo la lluvia y él se aposta en las paradas de autobuses en espera de pacientes.
Row, en su función de asistente técnica de atención en promoción de salud, no tolera el desperdicio. “El desgaste físico y emocional de los primeros meses de vacunación fue alto. Me dormía visualizando mentalmente las casas, para recordar quién vivía en cada una y por dónde ya había pasado. ¿Cómo abro un frasco y me aseguro de que, en poblaciones tan dispersas, pueda poner seis dosis en seis horas para no desperdiciar?”.
La cantidad de vacunas aplicadas en Costa Rica y el mundo acredita, de sobra, la seguridad de la inoculación. Las estadísticas de hospitalizaciones y muertes demuestran la eficacia del fármaco y el grave riesgo para quien rehúsa la oportunidad de aplicárselo. El esfuerzo económico y negociador del país merece la reciprocidad de quienes todavía no se han vacunado. Pero los desvelos y sacrificios de los técnicos obligados a trabajar en condiciones difíciles para beneficiar a sus semejantes completan las razones para atender la invitación del presidente de la CNE.
Rechazar la vacunación contribuye a extender las posibilidades del virus de permanecer entre nosotros como amenaza significativa. Mantiene presión sobre las instalaciones hospitalarias, agotadas tras dos años de pandemia y requeridas para enfrentar otras enfermedades. Sobre todo, es dar la espalda a un enorme esfuerzo nacional, a veces cercano al heroísmo.