Los efectos negativos de la errática política arancelaria de la segunda administración de Donald Trump no se han hecho esperar. Los primeros en reaccionar fueron los mercados financieros, que, anticipando un aumento en los precios, la inflación y las tasas de interés, así como una disminución de la actividad económica y una posible recesión, registraron fuertes caídas tras el anuncio de las medidas del gobierno estadounidense y las respuestas de sus principales socios comerciales.
Aunque se produjo una leve recuperación luego de la suspensión temporal de los aranceles y ante la esperanza de una eventual salida negociada con China y otros Gobiernos, la incertidumbre persiste a nivel global.
Los consumidores estadounidenses también manifestaron su preocupación ante la previsión de una reducción en su poder adquisitivo, debido al alza en los precios de vehículos, ropa, electrodomésticos, bicicletas y bebidas alcohólicas, lo que impactaría directamente en el presupuesto familiar y ha provocado una caída en los índices de confianza en el futuro. De hecho, en una reunión reciente entre el presidente Trump y representantes de las principales cadenas minoristas (Walmart, Target y Home Depot), estos advirtieron sobre un inminente incremento de precios y, peor aún, la posibilidad de desabastecimiento en las estanterías de sus almacenes. No sorprende, entonces, que los electores hayan castigado al mandatario con una dramática caída en el respaldo a sus políticas económicas, como lo revelan todas las encuestas recientes.
A nivel local, y como era de esperarse, también comenzamos a sentir las consecuencias. Un reportaje publicado ayer viernes en este medio informa sobre los efectos que ya enfrenta Intel, la firma fabricante de microcomponentes cuya operación en Costa Rica es referente de nuestro importante clúster de alta tecnología y pieza clave en la estrategia nacional para fortalecer el ecosistema del sector.
Si bien los problemas financieros de Intel no son nuevos, la incertidumbre generada por la guerra comercial entre Estados Unidos y China ha impactado el valor de sus acciones y obligado a la compañía a reducir inversiones, recortar gastos, buscar mayor eficiencia y eliminar puestos de trabajo a nivel global.
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Paradójicamente, mientras Trump sostiene que su política arancelaria busca fortalecer la capacidad estadounidense en la manufactura de semiconductores por razones de seguridad nacional –al punto de excluir estos productos del pago de aranceles–, los efectos prácticos de la inseguridad y las represalias comerciales ocasionadas sobre uno de sus principales productores son innegables.
A ello se suman las críticas de Trump contra la Ley Chips, promulgada en 2022 para fortalecer la industria estadounidense de semiconductores, lo que ha generado dudas sobre el futuro de este programa, del cual Costa Rica también podría beneficiarse mediante inversiones en capacitación y desarrollo de talento local.
Pero los efectos para el país no terminan ahí. Esta misma semana, las principales empresas productoras de implementos médicos –hoy nuestro principal producto de exportación– dieron a conocer las consecuencias negativas que la guerra arancelaria está teniendo sobre las cadenas de suministro globales, de las que Costa Rica es un eslabón importante.
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Según una publicación del Financial Times, los expertos señalan que esta es una industria altamente integrada en los mercados globales, y la producción de un implemento médico en Estados Unidos puede involucrar insumos de más de 20 países. Por tanto, la proliferación de barreras arancelarias, sumada a las dificultades para reconfigurar proveedores debido a estrictas regulaciones, tendrá efectos severos en los costos de producción y en el sector salud.
Muchas de las empresas afectadas tienen operaciones en Costa Rica, como Abbott, Boston Scientific, CooperSurgical, Edwards Lifesciences, Freudember Medical y Johnson & Johnson, entre otras, por lo que es previsible que estas distorsiones generen también ajustes a nivel nacional.
Todo lo anterior nos obliga a mantenernos atentos y ser proactivos en la búsqueda de opciones para mitigar el impacto sobre nuestro sector exportador. No podemos esperar a que los mercados o las encuestas impongan la sensatez en Washington y, aunque nuestra capacidad de influir en la obtusa política arancelaria de nuestro principal socio comercial es siempre limitada, aún queda mucho por hacer internamente para mejorar la competitividad de nuestra oferta de bienes y servicios y evitar daños mayores.
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