Costa Rica inició el año con una herida profunda: en solo 27 días, cinco mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas, tres de ellas en tan solo 24 horas. Son cinco femicidios que no solo representan una dolorosa estadística, sino también una tragedia familiar, pues han dejado a nueve niños sumidos en una devastadora incertidumbre ante la ausencia de su madre.
Cada una de estas muertes pudo haberse evitado si, como sociedad, lográramos generar mayor conciencia y sensibilidad sobre las consecuencias de la violencia intrafamiliar.
Los nueve niños huérfanos, cuyas edades oscilan entre los 2 y los 14 años, quedan ahora bajo el cuidado de parientes cercanos, quienes enfrentan la difícil tarea de criarlos en medio de un duelo prolongado. A ello se suma el riesgo de que estos menores queden expuestos a condiciones adversas que pueden derivar en deserción escolar y precariedad económica, perpetuando un ciclo de pobreza y exclusión social.
Solo en 2024, 45 personas, 23 de ellas menores de edad, quedaron huérfanas a causa de los femicidios de 25 mujeres (un promedio de dos casos por mes).
Muchos de estos crímenes pudieron haberse prevenido. En varios casos, las víctimas ya habían denunciado a sus agresores, o familiares las habían alertado del peligro que corrían. Tal fue el caso de Miriam Lizinia Fernández, de 32 años, asesinada la mañana del lunes 27 de enero en Alto Catarata de Cahuita, en el cantón de Talamanca. Su familia le había advertido sobre el riesgo de continuar con su pareja, quien la había agredido físicamente en dos ocasiones previas e incluso intentó matarla, según relató su padre, Mario Alberto Fernández, de 56 años.
Aunque es urgente que los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial unan esfuerzos para definir estrategias, e igualmente necesario es asignar mayores recursos económicos para hacer frente a este flagelo, el combate a la violencia intrafamiliar también requiere un cambio cultural que debe gestarse en los hogares, las comunidades y las aulas.
Comprender lo que ocurre en nuestros entornos es fundamental, especialmente porque, de manera paralela al aumento de femicidios, las agresiones contra niños y adolescentes también se han incrementado. Solo en 2023, el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) atendió 137.000 casos de violencia contra menores, lo que equivale a una denuncia cada 4,2 minutos, 14 por hora y 340 por día, según informó La Nación.
En el caso concreto de los femicidios, es crucial generar conciencia entre las mujeres sobre las implicaciones de la violencia escalonada. “Es cuestión de sensibilizar, que pare esto de verdad. Esto no lo merecía Meribeth, ni lo merece nadie, ni los hombres ni las mujeres”, expresó Dayra Orozco, de 48 años, hermana de Meribeth Mondragón Bejarano, de 35 años, madre de tres niños de 14, 4 y 2 años, quien fue asesinada el domingo pasado en bajo los Molinos, en San Rafael de Heredia.
Como parte de esta necesaria sensibilización, es fundamental entender que el femicidio no es un acto aislado ni fortuito. Es la consecuencia de una violencia progresiva y sistemática arraigada en una cultura machista que normaliza el control sobre la mujer y la subordinación de su voluntad. Perder esto de vista sería un grave error.
Por ello, es esencial que padres, educadores y líderes comunales trabajen en la promoción del respeto mutuo y la sana convivencia, pero, sobre todo, en la detección temprana de conductas que podrían derivar en un femicidio.
Algunas señales de alerta incluyen:
- Ejercicio de poder y control sobre la víctima.
- Limitación de la toma de decisiones y restricciones a su libertad.
- Aislamiento social, impidiendo el contacto incluso con familiares.
- Celos extremos y posesividad.
- Restricción de su independencia económica.
- Aumento en la frecuencia e intensidad de los episodios de violencia.
Estas señales fueron detalladas por el psicólogo Marvin Durán en un reportaje de La Nación, donde insistió en que muchas víctimas no reconocen que están atrapadas en un ciclo de violencia, ya que la mente se adapta como un mecanismo de defensa. “Por eso, no es tan fácil como decirles: ‘La van a matar, ¿por qué no se sale?’”, explicó.
De ahí que es imperativo que las instituciones del Estado asuman un compromiso más firme en la protección de mujeres aprisionadas en relaciones violentas. No obstante, como sociedad, lo urgente es dejar de preguntarnos por qué ocurren estos crímenes y comenzar a cuestionarnos qué estamos dispuestos a hacer para prevenirlos y erradicarlos.
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