En 15 meses, un autobús impulsado por hidrógeno comunicará el centro de Liberia con el aeropuerto. Transportará a los empleados de la terminal aérea por unos ¢500, pero la intención del servicio va mucho más allá. En primer lugar, demostrará la posibilidad de producir y utilizar esa fuente de energía en el país. En segundo lugar, dará testimonio de la perseverancia y el empuje tecnológico que llevó a Franklin Chang hasta el espacio.
El astronauta costarricense no ceja en el empeño de ofrecer a Costa Rica opciones para el desarrollo, pese a los traspiés sufridos en el intento. Ad Astra Rocket, empresa fundada por Chang, participó a la Refinadora Costarricense de Petróleo (Recope) de un proyecto a mayor escala para producir hidrógeno y venderlo en el mercado nacional. La iniciativa no prosperó.
La Procuraduría dictaminó que la incursión de Recope en el proyecto rebasa los límites legales impuestos a las actividades de la empresa estatal. La opinión de los procuradores está bien fundamentada. Es preciso reformar el artículo 6 de la ley constitutiva de Recope para darle la posibilidad de seguir adelante. En ese punto, el proyecto se estrella contra los muros de la Asamblea Legislativa.
La reforma podría abrir la caja de Pandora del debate sobre el monopolio estatal. Cuando menos, plantearía una interrogante sobre la extensión del monopolio a nuevas tecnologías. No hay ambiente para semejante desacierto, pero la fórmula intermedia está al alcance.
Con buena voluntad y disposición de transar, los enemigos del monopolio podrían comprometerse a dejar de lado sus críticas para aprobar una reforma que no lo extienda, pero habilite a la empresa para incursionar en la investigación y desarrollo de nuevas fuentes de energía. Por su parte, los defensores de la exclusividad de Recope podrían renunciar a ampliarlo. Nada perderían, porque el monopolio en ese campo de todas formas no existe. Por el contrario, la empresa estatal está condenada, en la actualidad, a la distribución de combustibles encaminados a la obsolescencia. Permitirle incursionar en nuevas tecnologías levantaría esa condena, si bien en un mercado abierto a la competencia.
Recope tendría la ventaja de llegar primero, aliada a Ad Astra y con considerables recursos para la inversión. En este momento, tenemos una refinadora que no refina y está perfectamente habilitada para entrar en negocios ruinosos, como el de Soresco, para producir combustibles caros y contaminantes, propios del siglo pasado, con desperdicio de $50 millones. En cambio, no puede participar del desarrollo de una fuente de energía limpia, con la mira puesta en el futuro, de la mano de un científico costarricense de extraordinarias credenciales, para lo cual había comprometido apenas $2,1 millones.
La propuesta de Chang no es ciencia ficción. En California ya hay estaciones dispensadoras de hidrógeno y vehículos para consumirlo. Los autos todavía son caros, en comparación con las alternativas, pero su precio ha venido bajando mientras los fabricantes logran extender su autonomía y vida útil para hacerlos competitivos. Los avances se suceden con rapidez y, como en tantos otros casos de evolución tecnológica, conviene adelantarse.
Pero Chang no se limita a ver las posibilidades del hidrógeno en relación con la flota vehicular, el principal contaminante del país. Cree posible sustituir los 100.000 terajulios consumidos al año gracias a la combustión de derivados del petróleo y exportar un millón de terajulios más al mercado regional con ingresos hasta de $28.000 millones anuales. “No somos osados en esas cosas y cuesta mucho que el gobierno se mueva”, sentenció el científico. Es hora de encontrar la osadía y la agilidad.