La primera parte de la frase parecía optimista. “La era del calentamiento global ha terminado”, dijo el 27 de julio el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres. Sin embargo, de inmediato, agregó: “Ha llegado la era de la ebullición global”. ¿Una declaración de impacto, destinada a captar la atención? Sin duda, pero cargada de perturbador significado. Pocos días después, la Organización Meteorológica Mundial y el Servicio de Cambio Climático Copernicus, de la Unión Europea, confirmaron que julio fue el mes más caliente desde que existen registros de temperatura.
Ya no estamos refiriéndonos a predicciones sobre el futuro, sino a certezas sobre el presente, con consecuencias devastadoras en todo el planeta. El calentamiento, o “ebullición” global, nos envuelve. Si no lo frenamos —e, idealmente, revertimos— de inmediato, su impacto cada vez será más destructivo, caótico e irreversible. Pero incluso si pudiera contenerse, pasarán muchos años antes de que sus peores efectos dejen de sentirse.
Los datos aportados por Copernicus no dejan lugar a dudas. La temperatura promedio mundial del pasado mes fue de 16,94 grados Celsius (°C), 0,33 por encima del anterior récord, registrado en el 2019, y 0,72 °C superior al de las tres décadas transcurridas entre 1991 y el 2020. A esto debemos añadir que la capa de hielo de la Antártida alcanzó su más bajo nivel desde que comenzaron las observaciones satelitales en 1979; también, la del Ártico se encuentra en su menor nivel histórico.
Las diferencias pueden parecer muy bajas y, además, una simple abstracción, pero sus consecuencias son dramáticamente reales. Producto del calor y la sequía, 900 incendios forestales devastaron decenas de miles de hectáreas en Canadá durante julio, con un impacto que trascendió sus fronteras y generó enorme contaminación atmosférica, sobre todo, en el nordeste de Estados Unidos.
En las últimas semanas, España, Francia, Portugal, el sur de Italia, Argelia y, principalmente, Grecia han padecido fenómenos similares, en medio de temperaturas abrasadoras. En este último país, las evacuaciones han sido masivas, lo mismo que la destrucción, particularmente, en la isla de Rodas.
La isla hawaiana de Maui aún está inmersa en la tragedia. Lo que comenzó el miércoles como pequeños fuegos inducidos por el calor y la sequedad de la vegetación, escaló rápidamente a los peores incendios en la historia de ese territorio, atizados por los fuertes vientos del huracán Dora. El conteo de víctimas ya supera los 80 fallecidos, y gran parte de la centenaria ciudad de Lahaina ha sido arrasada. Con razón, su gobernador, Josh Green, lo calificó como “el peor desastre natural en la historia de Hawái”.
La destrucción de cosechas en África tiene pocos precedentes, y en el Pacífico oriental, en el que se encuentra Costa Rica, el fenómeno cíclico de El Niño agudizará los efectos de las sequías y el calor. En nuestra edición de este sábado, informamos de que San José sufrió durante los tres últimos meses las temperaturas más elevadas en 80 años, y el promedio nacional estuvo cerca del récord alcanzado en el año 2000.
No hay secretos sobre lo que debe hacerse para afrontar lo que ya no es un desafío del futuro cercano, sino una realidad del presente inmediato. El imperativo es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, en particular el dióxido de carbono y el metano. Esto implica limitar drásticamente el consumo de combustibles fósiles y avanzar con mayor rapidez en la transición hacia una economía más “verde”, tanto en sus fuentes de energía como en sus pautas de producción, el menor consumo de recursos naturales y la protección de la biodiversidad. En este último sentido, la cumbre de países amazónicos, celebrada el martes y miércoles en Brasil, es un paso en la dirección correcta.
Sin embargo, tener una ruta clara es muy distinto a emprenderla. Es aquí donde la comunidad internacional, en particular los grandes países emisores, ha sido extremadamente omisa, mientras los productores de hidrocarburos se esfuerzan por mantener y hasta incrementar su uso.
En el mismo discurso en que anunció la era de la “ebullición global”, António Guterres resaltó el grado de las responsabilidades con estas palabras: “Se acabaron las vacilaciones. Se acabaron las excusas. Se acabó esperar que otros actúen primero. Sencillamente, ya no queda tiempo para eso. Todavía es posible limitar el aumento de la temperatura mundial a 1,5 grados centígrados y evitar lo peor del cambio climático. Pero solo con una acción climática drástica e inmediata”. No solo hay que oírlo con atención, sino también actuar en consecuencia.