Uno de los grandes desafíos de nuestro país es la generación de empleos, principalmente fuera de la Gran Área Metropolitana (GAM). El reto es aún mayor en vista del impacto de la cuarta revolución industrial en el mundo entero. Si bien es cierto, como lo indica la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (Cinde), la mayor ventaja competitiva de Costa Rica es el talento humano, esa primacía se mantendrá en tanto seamos capaces de adecuar la economía y el sistema educativo a los avances tecnológicos.
Hace 50 años se desató una discusión sobre la conveniencia de permitir el uso de las calculadoras personales en las escuelas y colegios. Existía el temor de que esta nueva tecnología impidiera desarrollar el pensamiento y razonamiento matemáticos o las habilidades de cálculo numérico. No obstante, en 1985, un estudio de la enseñanza de las matemáticas —conocido como el Informe Cockcroft— concluyó que los alumnos con calculadora mejoraban su actitud hacia las matemáticas, las destrezas de cálculo, la comprensión de los conceptos y la resolución de problemas.
La disyuntiva sobre la incorporación de la calculadora en un currículo académico no dista mucho de la adopción de la inteligencia artificial (IA) y la automatización en el mundo productivo. ¿Cómo equilibrar la necesidad de modernizar los procesos productivos y el impacto que esto tiene sobre miles de empleos en múltiples industrias? Costa Rica no escapa a este dilema.
En el sector cafetalero, con el fin de procurar mayores eficiencias, reducir costos y combatir la menor disponibilidad de recolectores, algunos productores utilizan una máquina que sacude el árbol para que todos los granos caigan y puedan ser fácilmente recolectados.
En la industria bananera, la automatización de labores agrícolas ha permitido que los sistemas de riego, drenaje y los cables vía que trasladan la fruta sean operados con un solo trabajador por hectárea. Los sistemas tradicionales, con cinco personas, apenas producían la tercera parte.
El modelo manual tradicional del sector turístico se digitalizó gracias a la aparición de la internet. Luego, la automatización y la inteligencia artificial posibilitaron la obtención de mayor conocimiento del mercado, predecir patrones, personalizar el servicio y optimizar ingresos mediante algoritmos. El factor físico ha cedido al virtual y ahora produce mayor valor en la experiencia turística con sistemas de realidad virtual y chatbots.
El impacto de la automatización es más obvio en la industria manufacturera, donde los robots son cada vez más versátiles y pueden ser “entrenados” para ejecutar tareas hasta hace poco consideradas demasiado complejas para una máquina, por ejemplo, empacar objetos con forma irregular.
Para afrontar los trabajos del futuro, el sistema educativo debe transformarse de manera disruptiva. Perdió vigencia el modelo tradicional del docente poseedor del conocimiento transmitido a los estudiantes para que lo “aprendan” de memoria. La educación 4.0 se centra en destrezas y habilidades más tecnológicas y socioemocionales que cognitivas y físico-manuales, como la capacidad de resolver problemas complejos, el trabajo en equipo, la adaptabilidad, la inteligencia emocional, el pensamiento crítico y las habilidades digitales.
Con una adecuada transformación educativa, la IA y la automatización podrían impulsar un cambio en la descripción de los puestos de trabajo, más que una simple sustitución de máquinas por personas, y con ello se lograría mayor eficiencia, más sostenibilidad y la oferta de un mejor producto o servicio.
Según el informe The Future of Jobs, del Foro Económico Mundial, el trabajo se está automatizando más rápido de lo esperado, desplaza millones de empleos, pero crea muchos otros nuevos a la vez. No hay tiempo para preocuparnos por el cambio. Debemos ocuparnos cada vez más por interiorizar una nueva visión y por la preparación de la fuerza laboral del país.