Fadrique Gutiérrez fue pintor, arquitecto, escultor, militar y político. Luis Dobles Segreda celebró su extraordinaria vida con una biografía cuyo título lo describe como “hidalgo extravagante de muchas andanzas”. Diplomado por la Universidad de Santo Tomás a los 15 años y exiliado por primera vez a los 17, su precocidad explica el impacto de su corta vida en tantos campos. Murió en Esparza, a los 50 años, con toda una leyenda a cuestas.
A Gutiérrez se le considera precursor de la escultura en Costa Rica y los historiadores del arte celebran su ánimo innovador y trasgresor, porque, además de imaginería religiosa, se le atribuye el primer desnudo esculpido en el país. No obstante, conservamos poco de su obra artística. La mayor parte de la obra pictórica se perdió. Importantes esculturas se mantienen en el Museo Nacional, algunas iglesias y la Municipalidad de Heredia.
La arquitectura, construida con propósitos de permanencia, debió durar mucho más, como sucede con el Fortín, emblemático de su ciudad natal. No obstante, el país y Heredia acaban de perder un nicho de calicanto, obra de Gutiérrez, construido para albergar una escultura de Neptuno. El conjunto señalaba una de las fuentes de donde se abastecían de agua los pobladores. La obra fue construida hace 160 años, pero los taladros eléctricos la destruyeron en cuestión de horas, antes de que las protestas pudieran frenarlos.
El nicho estaba en la actual sede del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) y la escultura está en el Palacio Municipal de Heredia desde hace 20 años. Nada permanece en el sitio para contar la historia de los lavaderos públicos y tanques de agua de Heredia antes de la construcción de tuberías. El agua se conducía por acequias desde San Rafael, bajaba por gravedad y se repartía por la ciudad, explica Andrés Fernández Ramírez, arquitecto e investigador, quien no dudó en calificar lo sucedido como una muestra de barbarie.
El nicho se proyectaba sobre la acera y los transeúntes distraídos se golpeaban la cabeza. La obra, por su antigüedad, no se ajustaba a las regulaciones urbanas de nuestro tiempo, pero su importancia la hacía digna, cuando menos, de un cuidadoso traslado. “Fadrique Gutiérrez es uno de los arquitectos y escultores pioneros de Costa Rica. Acabamos de botar una obra extraordinariamente sólida y antigua”, lamentó Fernández.
No obstante, la obra no tenía el amparo de la Ley de Patrimonio Histórico Arquitectónico de Costa Rica. Ángela Aguilar, alcaldesa de Heredia, ordenó a la gestora de cultura levantar un inventario de inmuebles con valor histórico y ayunos de protección por falta de una declaratoria. Quizá así se evite un nuevo atropello a la riqueza cultural e histórica, pero asombra ver cómo, después de todo lo perdido, la destrucción no cesa. Tampoco se ensaña exclusivamente con creaciones del pasado lejano.
“Creí que iba dejando huella, pero cuando vuelvo a ver para atrás, veo que en muchas partes la han borrado sin ningún miramiento ni misericordia”, dijo el pintor y arquitecto Felo García a su hija Anabelle García, cuando supo de la destrucción de su mural, pintado en 1963, en la fachada del edificio Crisol, en San José.
El Monumento al agricultor, de Francisco Zúñiga, emplazado en un parque frente al aeropuerto Juan Santamaría, fue removido para evitar su completa destrucción a manos del vandalismo. Un grano de café en cemento cobijaba una familia agricultora hecha de bronce. La figura femenina perdió buena parte del brazo izquierdo y la obra se llenó de grafitis.
A los brazos abiertos de concreto, obra de Néstor Zeledón en el puesto fronterizo de Peñas Blancas, les pasaron por encima con tractores para ampliar el camino. No hay rastro de todos los escombros de la escultura instalada en 1962. Por su parte, Ólger Villegas se acostumbró a evitar el paso por la rotonda de las Garantías Sociales donde, en 1993, se inauguró el monumento nacido de su inspiración artística y durante mucho tiempo abandonado.
No importa si es arte o historia, el país dilapida su patrimonio, a veces por obra de sus ciudadanos; otras, por acción del Estado; y, en ocasiones, por la simple indiferencia. Es difícil creer que la obra de Fadrique Gutiérrez será la última en sufrir el ánimo destructivo y la desidia. Ojalá lo fuera.