En principio, el impuesto sobre las utilidades de las empresas y los ingresos de las personas físicas debería aplicarse por igual, con independencia del origen. A esos efectos, lo mismo deberían ser los ingresos por intereses que por salarios o dividendos. Por eso, la idea del impuesto sobre la renta global, cuyas tarifas no discriminan por origen, es atractiva. Sin embargo, en la realidad, no todas las fuentes de ingreso reaccionan de la misma manera frente a los impuestos. Unas tienen mayor elasticidad que otras y, por tanto, deben tratarse de forma diferente si se quiere optimizar la recaudación fiscal.
El diseño de un sistema impositivo (hecho generador y tasas) debe hacerse con sumo cuidado para no atentar contra los incentivos a la producción y, al mismo tiempo, lograr una recaudación razonable. Las tasas impositivas deben mantener una relación inversa con la elasticidad de las respectivas actividades origen de los recursos. El impuesto sobre la renta personal muestra baja elasticidad, pero no el de la renta empresarial. Tampoco el tributo sobre los intereses. Una tasa elevada sobre estos últimos podría expulsar a los inversionistas hacia otros mercados financieros más amigables. En la actualidad, muchas empresas, en especial las grandes, disponen de un amplio menú de países (Panamá y los Estados Unidos, para citar solo dos) donde hacer inversiones financieras.
Por esa razón, los diputados deben, so pena de que les salga el tiro por la culata, reconsiderar la idea de aprobar un esquema de renta global sin distinción por fuente de ingresos (“Hacienda introduce la renta global en la reforma fiscal”, La Nación, 3/7/2018.
En materia fiscal, las autoridades deben minimizar la evasión mediante controles cruzados y con uso de las enormes facilidades ofrecidas por la tecnología moderna. La elusión (evitar legalmente incurrir en responsabilidades tributarias cuando sea posible) se da, precisamente, cuando los esquemas tributarios contienen imperfecciones, como sería el caso si los vehículos de la marca X estuvieran sujetos a un arancel inferior a los de la marca Y, siendo ambos prácticamente iguales. De la misma forma, aplicar una tasa elevada a los intereses podría llevar a elusión.
Las finanzas públicas son como una tijera. Una de las hojas está constituida por los ingresos (principalmente tributarios) y la otra por el gasto estatal. La primera debe considerar explícitamente la elasticidad del hecho generador frente a las tasas impositivas y actuar de conformidad. Una extensión de la base del impuesto al valor agregado (IVA) para que opere no solo sobre bienes, sino también sobre servicios, no enfrenta mayores problemas de elasticidad. Tampoco el impuesto sobre la renta a personas físicas, ni la eliminación de muchas de las exoneraciones vigentes, pero la renta global debe verse con especial cuidado.
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El diputado Welmer Ramos, del Partido Acción Ciudadana, presidente de la comisión legislativa encargada de analizar el proyecto de Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, y los demás miembros de esa comisión deben tener muy clara la necesidad de actuar con cautela, no vaya a ser que el fisco, en su afán de ir por lana, salga trasquilado.
Por otro lado, cuando se habla de materia fiscal siempre es necesario recordar la necesidad de cuidar el gasto. El presupuesto nacional contiene una gran cantidad de partidas que no apoyan la función redistributiva, como las remuneraciones excesivas y las pensiones de lujo, entre otras. Por eso, la reforma fiscal verdadera exige enfocar buena parte del esfuerzo a reducir esa inequidad.