¿Amainó el viento en popa que llevaban la caída en las tasas de interés y el alza de la producción? Tal vez no. Pero las tasas activas y pasivas parecen haber alcanzado un piso y las de la producción, un techo. Cambios ocurridos recientemente obligan a lanzar otra mirada a las perspectivas de esas dos importantes variables.
Las tasas de interés y el crecimiento de la producción van casi siempre de la mano. Cuando las primeras son bajas y estables y el crédito fluye a los sectores productivos en la proporción adecuada, la producción tiende a expandirse conforme a su potencial, sin crear inflación. Pero no siempre sucede así. Otros factores pueden alterar esa interrelación.
Aunque la tasa básica pasiva en colones ha continuado a la baja por efectos del cambio metodológico en su ponderación, las demás tasas para los depósitos en el mercado bancario no han disminuido en la misma proporción ni con la misma intensidad; tampoco las tasas para las operaciones crediticias que, en promedio, apenas bajaron levemente, de un 15,46% en enero pasado a un 14,78% actualmente. El promedio de tasas pasivas del mercado para los depósitos a seis meses plazo bajó del 4,86% en enero de este año al 4,61% en febrero (promedio), pero volvió a subir al 5,02% en marzo y ha continuado así el resto del año. Parece haber tocado piso.
Por su parte, el índice mensual de actividad económica (IMAE), cuya variación interanual se expandía a una tasa del 5,1%, también perdió fuelle en la última medición y se ubicó en un 4,7%. Cuando observamos la variación mensual de esta variable (variaciones absolutas de cada mes) notamos que venía creciendo desde junio anterior hasta alcanzar su pico en diciembre (0,6%); de ahí ha descendido para ubicarse en una cifra ligeramente inferior en enero, del 0,3% en febrero y -0,2 en marzo. También parece haber tocado techo. Y aunque el primer trimestre medido como un todo es muy superior al primer trimestre del año anterior, si continuara la tendencia podrían complicarse las estimaciones de crecimiento para el segundo semestre y el próximo año.
El Banco Central calcula tasas de crecimiento real del 4,2% en el 2016 y el 4,5% en el 2017 en su programa macroeconómico. Son tasas elevadas comparadas con las registradas en los tres años anteriores (3,5%), pero insuficientes para reducir el desempleo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estimó en su último informe que nuestro potencial de crecimiento rondaba el 4,5%, y lo estaríamos alcanzando, con suerte, en un período relativamente cercano. También significa que los estímulos monetarios vigentes podrían llegar a su fin, sin que las tasas de interés del sistema bancario hayan logrado reducirse a niveles más consistentes con la baja tasa de inflación. Tenemos ahí retos importantes para consolidar la estabilidad.
En efecto, el Banco Central tiene ya varios meses de no modificar su tasa de política monetaria (1,75%) y también parecen haber tocado piso. El nivel mantiene todavía su congruencia con la baja inflación (un -0,92% interanual), pero conforme las variaciones en el IPC se acomoden a las nuevas metas de inflación fijadas en el programa macroeconómico (3% más o menos un punto porcentual) y se incorporen los nuevos ajustes en los combustibles y tarifas, la inflación subirá un poco y no puede descartarse que el Central decida entonces ajustar sus tasas de captación.
En el más reciente análisis de la economía nacional, del 2 de mayo del 2016, el propio Banco alertó de los niveles altos de liquidez excedente “que podrían incubar presiones inflacionarias futuras”. Si así fuera, la tasa de política monetaria tendría que reaccionar, aunque moderada y paulatinamente, sobre todo si se alcanza el potencial de crecimiento señalado por el FMI.
¿Qué impresiones preliminares podríamos derivar de este cambiante panorama? La primera es que la política monetaria laxa probablemente continuará por algunos meses más, pero eventualmente se tendrá que normalizar cuando el Banco Central dé el pitazo de salida; las tasas de los bancos comerciales públicos y privados siguen teniendo una gran resistencia a la baja, aun en períodos de poca inflación, lo que se ha traducido en más utilidades para las entidades financieras y pocos beneficios para los deudores; la reducción en las tasas de interés y la expansión crediticia han tenido una influencia moderada en la expansión económica. Para incrementar el crecimiento y reducir las tasas de interés, deben formularse reformas de fondo a la estructura productiva y al sistema bancario.
Es hora de empezar a hablar de reformas de tercera generación. La estabilidad y el crecimiento reclaman tanta atención como la acaparada por la reforma fiscal.