EscucharEste domingo es un día crucial para Venezuela y los venezolanos. De lo que ocurra en sus elecciones dependerá si el país podrá reencaminarse hacia la democracia o si se sumirá más profundamente en la dictadura; también, si habrá posibilidades de iniciar un proceso de reconciliación pacífico tras muchos años de arbitrariedad y represión, o si se hundirá en la violencia.
Si existieran garantías mínimas sobre la honestidad del proceso electoral que se celebrará durante 12 horas, a partir de las 6 a. m., nuestra preocupación y la de millones de venezolanos sería limitada. Bastaría con esperar al conteo de los votos para definir el resultado; también, para aceptarlo. Entonces tendría pleno sentido la reciente admonición del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, a Nicolás Maduro, quien busca la reelección.
“Maduro tiene que aprender: cuando ganas, te quedas. Cuando pierdes, te vas. Y te preparas para disputar otra elección”, dijo Lula el lunes, después de que el autócrata venezolano amenazara con “un baño de sangre” si triunfa la oposición. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja; también, ominosa.
Maduro y sus cómplices han puesto infinidad de obstáculos ilegítimos a los opositores. Entre ellos están la inhabilitación de María Corina Machado como candidata de la Mesa de Unidad Democrática —la gran alianza opositora—, el impedimento de su acceso a los medios de comunicación para hacer campaña, las amenazas y apresamiento de múltiples dirigentes, los cambios de ubicación de mesas electorales y hasta un frustrado atentado contra Machado.
Nada de esto ha logrado detener la enorme ola de apoyo a Edmundo González Urrutia, quien la sustituyó como candidato presidencial y a quien ha acompañado durante la campaña. Todas las encuestas serias han documentado una enorme diferencia a favor del opositor. No es para menos, por el enorme descontento de la población con la falta de libertades, el descalabro económico y la pauperización que ha causado Maduro desde que, en el 2013, sustituyó como presidente a Hugo Chávez tras su fallecimiento. En estos 11 años, el producto interno bruto nacional ha perdido tres cuartas partes de su valor, y a hoy ocho millones de venezolanos han abandonado el país.
Maduro sabe que, en un proceso honesto, será prácticamente inevitable su derrota y tendría que irse, como le dijo Lula, su antiguo aliado que, sin embargo, siempre ha respetado la democracia. La alternativa sería declararse abiertamente dictador. Pero el riesgo inminente es que, precisamente por esa virtual certeza, el oficialismo, que controla el Consejo Nacional Electoral (CNE), entorpezca la votación de este domingo, descalabre el conteo de votos y manipule a su favor el resultado.
Si esto ocurriera y se anunciara su victoria ficticia, Maduro podría decir que ganó y, por ello, se queda. Por desgracia, se han creado las condiciones para que esta vía pueda activarse. Además del sometimiento del CNE, se ha impedido el ingreso de observadores internacionales independientes, con excepción de un pequeño contingente del Centro Carter, que difícilmente podrán marcar alguna diferencia.
Los de la Unión Europea fueron vetados hace varias semanas. El viernes, se les impidió viajar de Panamá a Caracas a cuatro expresidentes latinoamericanos, entre ellos Miguel Ángel Rodríguez, que pretendían actuar como observadores en representación de la Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA). La oposición ha activado grupos de voluntarios para supervisar cada mesa, pero nada garantiza que se les permita hacerlo. El control de las telecomunicaciones le permitiría al gobierno generar un “apagón tecnológico” que disloque la etapa final del proceso.
Ya Maduro ha dicho que ganará “por las buenas o por las malas”, un claro presagio de lo que podrá suceder este domingo. Si lo cumple, el saldo será desastroso, porque la única forma de mantenerse, ante un pueblo que se ha lanzado reiteradamente a las calles para apoyar su derecho al voto, será la represión abierta. Entonces sí podría haber un “baño de sangre”.
Por esto este domingo es un día clave para Venezuela. Las repercusiones de lo que ocurra serán determinantes para su futuro. Esperemos que, a pesar de la voracidad dictatorial de quienes controlan el poder, la fuerza de la oposición consiga frenar sus ímpetus, se imponga la sensatez y las elecciones logren reencauzar al país por un nuevo y mejor camino.
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