En el 2006 hubo informes de 78.403 incidentes violentos en escuelas y colegios. Pasada una década, el número cayó a 42.000. Ninguna cifra será, jamás, suficientemente baja, pero la reducción de un 47,2 % constituye una estupenda noticia y exige cuidadoso análisis para identificar los factores de éxito y reforzarlos, así como corregir los errores.
Los gráficos, por ejemplo, demuestran la necesidad de intensificar esfuerzos en la escuela primaria, donde las cifras, si bien han sido más bajas a lo largo del tiempo, se mantienen estables al punto que la línea descendente del tercer ciclo y la educación diversificada ya intersecta la relativamente pareja representación gráfica de la violencia en los dos primeros ciclos.
La disminución de incidentes violentos responde a la adopción de programas específicamente diseñados para combatirlos, como Convivir con vos y Yo me apunto. La década transcurrida entre las cifras apunta a un esfuerzo sostenido de una administración a otra, de un ministro a su sucesor, de un signo político al signo contrario.
La definición de políticas claras, su cumplimiento y verificación, no pueden estar sujetos a los cambios producidos por la política electoral. El marco de abordaje institucional debe ser estable, con ajustes bien meditados y justificados por la práctica. El avance paulatino demuestra cuánto es posible lograr. También enaltece al esfuerzo y a los funcionarios encargados de conducirlo.
El Ministerio de Educación Pública (MEP) viene desarrollando, desde hace años, protocolos de atención de incidentes violentos y no deja de incluir en las estadísticas la agresión verbal y otros tipos de violencia, como el vandalismo. La agresión física entre alumnos es mucho más probable si aquellos otros tipos de violencia pasan inadvertidos.
La violencia sicológica, tradicionalmente anidada en escuelas y colegios, hoy se magnifica con intervención de la Internet. El matonismo y abuso, ahora conocidos por la palabra inglesa bullying, se manifiestan con bárbara crueldad en las redes sociales, alcanzando niveles pocas veces vistos en las aulas.
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La violencia verbal es la más frecuente entre todas las formas de agresión en escuelas y colegios. El dato dista de ser sorprendente, pero subraya la importancia de ese tipo de manifestaciones violentas. Las agresiones físicas casi siempre son precedidas por las verbales y cuando la víctima es, además, objeto de matonismo y burla, se encuentra en una posición particularmente vulnerable.
Las víctimas del acoso o matonismo pueden caer en la depresión, las drogas y hasta el suicidio, pero los agresores se arriesgan a sufrir otros trastornos. Con frecuencia, su agresividad delata abusos sufridos en el hogar. El bullying y cualquier otro maltrato no son “juegos de niños” ni deben ser desatendidos. Se alimentan de conductas y prejuicios ensayados en otros ámbitos. Por eso los protocolos del MEP incluyen el contacto con padres de familia, en ocasiones para alertarlos; en otras, para lograr su colaboración, y en muchas, para educarlos.
El sistema educativo nada contra la corriente de la cultura de violencia en la sociedad costarricense, especialmente la doméstica. Es indispensable seguir nadando, porque en eso reside la esperanza de romper el ciclo y aspirar a un futuro mejor y más saludable para los individuos, las familias y la sociedad como un todo. Los avances merecen una celebración, pero deben abrir el apetito para procurar nuevos logros. La tarea está muy lejos de ser cumplida y la nueva administración, no importa quién la encabece, debe perseverar.